Dorotea Granados, cooperante norteamericana que se entregó a la defensa de las mujeres en los años 80, relató esta mañana en la revista En Vivo del Canal 4, sus experiencias en apoyo la mujer nicaragüense y la represión que vivió durante los gobiernos neoliberales.
Granados, que es hija de una mexicana y de un filipino, nació en California.
Es impresionante cuando ella relata que quiso cambiar el color de su piel cuando se dio cuenta de la exclusión, de la marginación, que todavía existe en Estados unidos, refirió el director del programa Alberto Mora al presentar a su entrevistada.
Ella dice que intentó en su momento ser aceptada por el sistema, pero después se dio cuenta que estaba en un error.
“Yo nací de una madre soltera, el 8 de diciembre de 1930, en mera pobreza. Mi mamá vendió manzanas y periódicos para comprar los frijolitos y tortilla para la casa”, relató.
“Nunca sufrimos hambre. Siempre había un plato de frijoles. Pero sí entiendo bien la pobreza, la discriminación”, añadió.
“Cuando tenía cinco años mi mamá me encontró en el baño, estaba tratando de quitarme el color de mi piel, con un limpiador que hacía todo blanco, yo sabía que era malo”, recordó.
“Estaba aprendiendo inglés en un rótulo de un restaurante. Entonces ese es el ambiente de nuestra infancia en Los Ángeles, California, donde había muchos latinos” dijo.
Se vincula al país en los años 80, llega con grupo de norteamericanos, que venían a convivir en comunidades de las zonas de guerra para constatar la agresión de Estados Unidos.
“Vine a Nicaragua porque escuché que había una revolución y esta revolución une a los pobres. Vine para ayudar. Yo amaba la idea de la Revolución Sandinista y hasta hoy en día el gobierno pone prioridades en la gente más pobre y yo todavía trabajo con la gente más pobre”, resaltó.
Cuarenta años después “todavía agradezco a la revolución, vine para ver este ejemplo”.
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Vino a trabajar con las mujeres a través de la ONG. Después del trabajo de documentar la guerra y tratar de parar el financiamiento a la contrarevolución se fue a vivir en el asentamiento San Bartola, Nueva Segovia.
Ahí cuidaba pacientes con tuberculosis, enseñó un curso para trabajadoras de salud, para apoyar a las mujeres que no querían ser atendidas por desconfianza.
“Cada mujer dijo, ‘No, Dorotea, yo no puedo hablar con nadie y nadie puede examinarme’, me di cuenta que la mujer en el campo había aprendido a tener vergüenza de sus partes reproductivas”.
“Me di cuenta que las mujeres del campo necesitaban un servicio de salud, especial, privada, atendidas solo por mujeres”, agregó.
“Me fui a buscar en diferentes partes del país, a un grupo de mujeres organizadas y encontré en Mulukukú un colectivo, que acababa de nacer después del huracán Juana, para que hiciera el servicio de salud”, añadió.
Trabajó como enfermera 16 horas al día por cinco meses y con ese dinero empezó un servicio de salud y con la solidaridad más que todo de personas de Estados Unidos, instalaron un servicio de salud para la mujer.
Entre otras atenciones se brindaba anticoncepción y salud de la mujer. También se buscaban signos de violencia y abusos contra la mujer. Se buscó el apoyo de la Policía.
“Carla Rojas, fue a a la Academia de Policía. Fundó la primera Comisaría de la Mujer en el Campo, pero habían algunas en la ciudad”, detalló.
Relató que en tiempos de Violeta Chamorro, esta nombró a Mulukukú un polo de desarrollo, pero los hombres no recibieron financiamiento para sus equipos y cultivos, vendieron tierras y golpearon a sus mujeres y niños, eran excontras.
El gobierno de Chamorro abandonó a los productores y los servicios de salud.
También creó un grupo de hombres no violentos, que ayudaron a apoyar a las familias para evitar la violencia intrafamiliar y apoyaban a las mujeres maltratadas.
Perseguida por Arnoldo Alemán
Dorotea relató que el entonces presidente Arnoldo Alemán “no le gustó que las mujeres levantaran su cabeza, que la mujer planificara, que contara con servicios de salud, el quería que la mujer obedeciera a su marido, la cama, la cocina”.
“Él empezó a atacar centros de mujeres, empezó en Managua y luego en el campo”, dijo.
Cuando cumplió 70 años, Alemán envió a la Policía para expulsarla del país, para ponerla en un avión y enviarla a Estados Unidos.
Pero ella se escondió, buscó un abogado y acudió a la Corte Suprema de Justicia, que confirmó que la medida de Alemán era arbitraria.
Dorotea pasó oculta tres meses y el gobierno de Alemán cerró su clínica adonde atendía a las mujeres. Dos mujeres murieron por falta de atención y carecían de medicinas, dijo la cooperante norteamericana.
Sin embargo, pese a todas esas arbitrariedades durante los regímenes neoliberales, Dorotea continúa en el país, en su labor humanitaria a favor de las mujeres y agradece a la Revolución Sandinista, de la que sigue siendo una gran entusiasta.