Las transformaciones de los países de América Latina han tenido formas diferentes, lógicamente por sus características históricas, pero en ellas hay rasgos comunes que las hermanan al aspirar a los mismos objetivos; liberarse del yugo colonial o neocolonial, lograr su independencia, su soberanía y desarrollar economías que combatan y destierren las grandes desigualdades, la pobreza y marginación de las mayorías.
La memoria histórica es importante y el hecho que no se tenga presente en los contenidos académicos no quiere decir que su valor no exista.
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Hoy quiero tratar el caso de Nicaragua porque se conmemorará el próximo 19 de julio el 45º aniversario de la Revolución Sandinista. Recordar a héroes de nuestra América es saber de sus luchas, de sus triunfos y derrotas, pero al fin, de su ejemplo para hacer avanzar la historia. Recordar a Cesar Augusto Sandino, incansable hombre que combatió a los norteamericanos en sus invasiones constantes tanto militares como de intromisión a su política interna, de 1927 a 1937, recordar también a “los muchachos” del Frente Sandinista para la Liberación Nacional.
Nicaragua se independizó de la corona española el 15 de septiembre de 1821, en el mismo proceso que Costa Rica, Guatemala, Honduras y el Salvador, sin embargo, su independencia siempre ha sido relativa, interviniendo en su proceso además de España, el Reino Unido y posteriormente los Estados Unidos.
Una influyente familia de origen gallego, marcó una etapa obscura de Nicaragua; ella fue la de los Somoza, que dirigió con mano implacable el destino de sus habitantes.
Anastasio Somoza García, empresario, terrateniente, militar, político y dictador, gobernó de 1937 a 1947 y de 1950 a 1956, impuesto por el gobierno de los Estados Unidos, llegó a ser considerado como el hombre más rico de América Latina.
Luis Somoza Debayle fue presidente de Nicaragua de 1956 a 1963.
El siguiente presidente fue Anastasio Somoza Debayle de 1967 a 1972 y de 1974 a 1979, dictador de facto en su último periodo.
Durante este largo periodo los Somoza realizaron masacres, represión brutal contra la población que se oponía al régimen dictatorial en donde solo se gobernaba para enriquecer a la familia Somoza, la Sacasa y la Chamorro.
El nuevo auge económico en los años 1950 y 1970 coexiste con la inestabilidad política. El crecimiento económico de esos años provocó un gran desarrollo de su capital, Managua. Un violento terremoto, el 23 de diciembre de 1972, destruyó la ciudad en donde murieron miles de personas y lo que vino después fue la enorme corrupción del gobierno somocista en el manejo de la ayuda internacional.
Las revoluciones no se dan por generación espontánea, acumulan fuerza en diferentes sentidos, acumulación de injusticias, de racismo, de pobreza, de enojo contenido y suceden reacciones del pueblo que por décadas ha sido violentado. El conflicto armado en su último periodo de 1978 y 1979 provocó más de 10 mil muertes, entre ellos héroes como Carlos Fonseca Amador, líder y vanguardia de FSLN, otros se mantienen vivos dirigiendo a su país como Daniel Ortega, hoy presidente de Nicaragua.
Los ataques al gobierno y a la revolución nicaragüense han sido constantes, desde la formación de ejércitos irregulares subsidiados por Estados Unidos, hasta una guerra mediática que continúa hoy día desde la metrópoli imperialista estadounidense.
Esa es nuestra historia compartida, aunque la lucha en contra de la injerencia de nuestro vecino del norte se dé por otros medios.