En 1858, la oligarquía granadina con alguna participación leonesa, sancionó la Constitución Política que todavía, 155 años después, se mantiene fresca y vigente en los pensamientos de la derecha colonial. Entonces, los presidentes eran electos por 640 electores de cunas ilustres, si acaso contaban con un capital de 4 mil pesos (*). La opinión de la totalidad de la población, 200 mil nicaragüenses nacidos en petates desconocidos, no valía absolutamente nada por carecer de todo.

En 2013 hay 6 millones de habitantes en Nicaragua. Y en su vasta inmensidad quieren el Canal Interoceánico. Pero la derecha ranciocrática afirma que ni siquiera llegan a mayoría. Ella decide, pasando encima de la Carta Magna, quién es pueblo, quién lo representa y quién es infra minoría. Así, de acuerdo a su matemática decimonónica, “toda la nación” son 182 personas que fueron a la Corte para recurrir por inconstitucionalidad contra el megaproyecto.

Estas casi dos centenas de ciudadanos tienen derecho de introducir los recursos que estimen a bien, pero no asumir que representan a la sociedad entera. Mandada a volar la Constitución, para sustituirla por su democracia patas arriba, para la derecha los “sobrantes” 5 millones 999 mil 818 nicaragüenses que no recurrieron contra el Canal, son una micro partícula.

Ocurrió lo mismo cuando el Parlamento aprobaba la Ley 840, y afuera una “multitud” de 200 personas, “en nombre de Nicaragua y territorios adyacentes”, se pronunciaban contra el sueño de los siglos de nuestra patria.

200 ó 180 son cifras próximas: discurso y hechos. Y así pasó el fin de semana anterior, y los otros meses, y en las últimas elecciones nacionales. Los resultados de los comicios de noviembre de 2011 marcan el ritmo nacional por lo que decidió la infinidad de gente, pero la derecha, como en el Siglo XIX, cree que son pocos personajes --- los 640 de la añorada época--- los únicos guardianes de la República.

Los nietos y ahijados de los patricios conservadores atropellan como parte de su folclor, entre otros artículos de la Constitución, el dos, Principio Fundamental: “La soberanía nacional reside en el pueblo y lo ejerce a través de los instrumentos democráticos… El poder político lo ejerce el pueblo por medio de sus representantes libremente elegidos por sufragio universal…. sin que NINGUNA PERSONA O REUNION DE PERSONAS PUEDA ARROGARSE ESTE PODER O REPRESENTACION…”.

II

Valen más unas cuantas siglas que cinco siglos de exclusión

La cultura que genera toda actividad humana, material y espiritual ---y aquí entra el Derecho----, por su propio origen, no es perfecta, pero siempre es digna de ser mejorada, y con mayor razón cuando esta se desprende del corsé jurídico de un sistema caduco. La Ley del Canal debe ser ajustada a los Nuevos Tiempos.

No podemos seguir con un sistema jurídico de país agrario, sumido en el atraso, de cara al pasado, y en la cómoda pero vieja Caverna de Platón, alimentado de sombras. Solo viendo por donde pasará el Canal, cualquiera de las rutas, esto es una muestra de lo “que va a destruir” en la Nicaragua rural: “La tecnología del sistema de producción es tradicional, un 83% (de pequeños y medianos productores) SIEMBRAN AL ESPEQUE y apenas un 17% está semi-tecnificado, o sea, con tracción animal. (Jany Mary Jarquín Mejía, UNAN, Informe 2012, Revista Caribeña de Ciencias Sociales).

Tal como empezó la historia económica de Nicaragua en el Siglo XVI y con los mismos animales de tiro: ¡bueyes, caballos y burros! ¿Y los grandes defensores del Estado de Derecho? ¿Es que les valió un pito la desdichada suerte del grueso de la fuerza productiva campesina? Violentaron los artículos 109 y 110 de la Constitución como si nada. Y cuando con el Gobierno Cristiano, Socialista y Solidario son protagonistas de los programas socioeconómicos y asistencia técnica, y acceden a la energía eléctrica para ir cambiando ese deplorable estado de cosas, la derecha protesta: “clientelismo”, “populismo”, etc… No es para cualquier partido enfrentarse no a cinco siglas, sino a ¡cinco siglos de exclusión!

III

El “feliz” letargo solariego

Darle las espaldas al desarrollo, a la modernidad, al mundo es la triste obra visible de los herederos de la Colonia, tal como pensaron y proyectaron, desgraciadamente, a Nicaragua: reducida a un paisito. Mientras Centroamérica desde 1870 asumía las ideas liberales, con todo lo que eso significaba, el Estado conducido por la élite más primitiva del trópico iba a la remolca.

Si Nicaragua es la nación más atrasada de América es por el tipo de oligarquía que nos tocó: la más provinciana, la más enconchada en sí misma, la más Calandraca, la que dejó pasar lo mejor del mundo, orgullosamente ataviada en su rezago decimonónico. La que empezó a matar con sus haciendas y hatos ganaderos, desde el siglo XVII, a la Mar Dulce.

Cuando el General José Santos Zelaya entró a Managua en la calle que a partir de ese día se llamó “El Triunfo”, llevábamos una rémora de 23 años de “feliz” letargo solariego. ¡Este es el futuro que quieren para nuestra nación!

La oligarquía encerró a Nicaragua en su lago, paradójicamente dándole la espalda y literalmente el resto. Nunca se preocupó por la limpieza, la calidad ambiental y la preservación de los recursos naturales, que aunque no estaban desarrollados como ciencia, era asunto de simple sentido común y de amor a la naturaleza, como lo demostraron los pueblos originarios.

Se olvidaron de la Costa Caribe, de su gente, su Mar y sus ríos, y siendo nuestro país bañado por el Océano Pacífico, a duras penas se hizo el puerto de Corinto, dejaron sedimentar El Realejo, y el pequeño de San Juan del Sur fue adelantado por las urgencias de la fiebre del oro en California.

País de agua, hasta en el nombre, la élite ranciocrática nunca quiso nada con sus cuerpos hídricos: les declaró la guerra, degradándolos a servirles como cloacas domésticas primero, agropecuarios luego e industriales con el correr del calendario. Sus hijos más inspirados al menos le cantaron.

Todos los cantos, loas, salmos e himnos están en el Gran Lago, pero no como parte de Nicaragua, sino como su Mare Nostrum, arrebatada “herencia” peninsular, regalo de los dioses a caballo que llegaron sin lauros al istmo de Rivas para sus hijos, sus hidalgos, sus criollos y centauros: herencia cultural, moldes, paradigmas del mal de un funesto pasado, porque el Atlántico en su ruta hacia América era una posesión imperial de la Corona y sus capitanes de avanzada: los Valladolid y los Ponce de León, los Cortés y los Pizarro, los Pedrarias y los asesinos de Antonio Valdivieso. Era pecado que un indio, un mestizo, un negro, un zambo o un mulato vieran el mar más allá de sus olas: el mar era, es, libertad, es grandeza, es bogar a la independencia, es zarpar a la esperanza… ¡Cuánto más si dos mares uniesen su Azul… a través del pendón blanco de la paz!

Por eso se oye el tropel del pasado que vuelve; cultura atávica encubierta tras bellos estandartes, como si el historiador José Dolores Gámez nos estuviera otra vez, diagnosticando, en toda su crudeza, las causas de esa marcha constante a la decadencia en que han querido postrar para siempre a Nicaragua: “…el fanatismo y la ignorancia de que se valieron las autoridades españolas, para poder mantener sujetas sus remotas posesiones, se arraigaron de tal manera, que todavía en la actualidad SON UNA REMORA PARA EL PROGRESO de los países de América Latina”. (**)

(*) Historia de Nicaragua, Cap. 9, p. 191. Frances Kinloch. 2012
(**) Historia de Nicaragua. Cap. VII. p. 136. 1888)

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