I

Se ha desatado una plaga de “nicaraguanólogos”.

Una plaga que lleva una descarada misión: pulverizar el Octavo Mandamiento.

Por eso escuchamos mentiras tan carentes de racionalidad como esta pieza que ni Pinocho la avalaría, a menos que Carlos Collodi le hubiera añadido una dosis de ruindad: el señor Silvio Báez está al mismo nivel de San Romero de América.

Por la víspera de saca el día.

Pero, en esta industria del falso testimonio y del engaño ¿quiénes son los que suministran semejantes irrealidades y manipulaciones adyacentes a ese amasijo de prejuiciados “nicaraguanólogos”?

La derecha más radicalista. Esa derecha de siglas vacías que no representa a nadie y que rehúsa tanto el escrutinio público como la Constitución. Esa derecha que ni siquiera ha podido construir un partido con la misma eficacia con que ha destruido todo lo que le estorbe, así sea su propio país, la paz, la economía y hasta el deseo maligno de arrasar con los valores morales que han distinguido a los nicaragüenses.

Hoy en el exterior no son pocos los que se creen “duchos” y “autoridades en la materia” para decir cualquier barbaridad de Nicaragua, desde falsos exiliados hasta verdaderos artesanos de la impostura.

Son los mismos que cuando se presentan las evidencias de las perversidades cometidas salen con el estribillo de siempre: “una campaña de desprestigio se ha lanzado contra…”.

Alfred Rosenberg fue el principal ideólogo de Adolfo Hitler. Era un rabioso antisemita, entre otras prácticas abominables como el racismo. El Holocausto tiene su ardiente firma. Aunque fue capturado, procesado y sentenciado a la horca en el tribunal de Núremberg, su nefasto legado sigue en pie, y Nicaragua lo ha sufrido. Y lo sigue sufriendo.

No es extraño que haya sido el Jefe del Servicio de Asuntos Exteriores del Partido Nazi. Siempre las cabezas más diabólicas buscan cómo saltar a la palestra internacional a fin de propagar falsedades y preparar a la opinión pública mundial para aplaudir o justificar los odios que agitan, las guerras que atizan, la violencia “necesaria” para salir de un gobierno legítimo, y, por supuesto, fomentar la superioridad de los unos sobre los otros.

Rosenberg fabricó “la solución” y “el problema”. “La solución” eran su jefe Hitler y los alemanes del III Reich. Los que no estaban de acuerdo con esa insensata premisa constituían “el problema”.

Por supuesto, si “el problema” no existe, ¡qué esperan para fabricarlo!

De Jorge Luis Borges es esta advertencia: “La palabra problema puede ser una insidiosa petición de principio. Hablar del problema judío es postular que los judíos son un problema; es vaticinar (y recomendar) las persecuciones, la expoliación, los balazos, el degüello, el estupro y la lectura de la prosa del doctor Rosenberg”.

¿No suena muy actual?

Si con Rosenberg los judíos eran “el problema”, los herederos de su odio ven en los sandinistas lo mismo, y por extensión, todo aquello que no sea domesticado por la dictadura del pensamiento neocolonial.

II

Dado que a los “nicaraguanólogos” les ha fallado la vieja cantinela de que “Nicaragua es una segunda Cuba”, ahora quieren embutir su realidad en una pequeña república de Centroamérica, pero además, en el siglo pasado y en una de sus más trágicas épocas: El Salvador de la década de 1980-1989.

Los corresponsables en su demencial oposición, faltándole el respeto a esa iglesia de hombres y mujeres que no corrompen su mira celestial por la vanidad y el orgullo, tratan de colocar al señor Silvio Báez en la dimensión portentosa de un mártir del Altísimo: Monseñor Romero.

Llegan a decir dislates de este tipo: “la Iglesia católica no quiere otro Oscar Arnulfo Romero. Y por eso el Papa lo traslada al Vaticano”.

Los “nicaraguanólogos” alquilados no le dicen a su audiencia que si alguien ha confesado sus malignos deseos de aniquilar al que se oponga a sus designios nada católicos, ha sido precisamente el señor Báez.

La cacería mortífera de sandinistas entre abril y julio de 2018 no fue por “la mala suerte de pasar por ahí”. Nada fue dejado al azar.

Ante un grupo selecto de tranqueros que “pastoreó” durante esos meses, Báez exhibió parte del calibre de su odio: “No queremos llevarlo (al presidente Daniel Ortega) al paredón y fusilarlo aunque tengamos ganas de hacerlo”.

Monseñor Romero nunca hubiera sido capaz de pensar en desgraciar a nadie. No estaba en su naturaleza. Báez, en cambio, exaltó las atrocidades cometidas para dar un golpe de Estado: “los tranques fueron una invención extraordinaria”.

De esos tranques “bendecidos” surgieron los asesinos pirómanos que le pegaron fuego a la casa de la familia de un pastor evangélico para quemarla viva en el barrio Carlos Marx, de Managua.

Por supuesto, los azuzadores del golpe no reconocieron este acto inhumano y otros pecados nefandos que se pueden agregar a las páginas tardías de la Inquisición. Más bien los absuelven declarándolos “prisioneros políticos”.

No es casual que el papa Francisco, durante la Misa Crismal del Jueves Santo, exhortara con vehemencia a los sacerdotes que perdieron su compromiso con Cristo: “el que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad".

Crueldad, abuso…. Eso es lo que exhibieron sistemáticamente algunos religiosos durante “las protestas cívicas”: mezquindad. Y aún hay quienes se complacen en estos actos de vileza como el cura de Masaya que importándole un bledo los derechos del niño, encadenó a unos menores y los vistió de prisioneros.

Pero, ¿cómo se llega al disparate mayúsculo de poner en la misma balanza a un gigante espiritual de la talla de San Romero con un alfeñique pseudo religioso?

Para ello se requiere pertenecer a una clase de derecha no solo ultraconservadora, sino que además opere en modo infamia. Y hay “periodistas independientes” que subordinan su profesión a las patrañas que ese grupo urde cotidianamente.

Nicaragua no es El Salvador. No opera la “mano blanca”. Por lo menos en el Frente Sandinista no hay personajes tan siniestros como Roberto d'Aubuisson, fundador del ultraderechista Partido Arena; no hay masacres de sacerdotes, ni monjas violadas, ni desaparecidos, excepto el sandinista Bismark Martínez, secuestrado y torturado en el tranque San José de Jinotepe; tranque alabado precisamente por los que en nombre de la democracia –incluido algunos falsos profetas– dirigieron el frustrado golpe de Estado en 2018.

Si se trata de comparaciones, estas deben ser decentes. En todo caso, los vástagos espirituales del creador de Arena más bien serían algunos directivos ultraderechistas, incluido el que se considera su “padre” por haberlos “unidos”.

Báez dijo: “Les recuerdo que la Alianza (Cívica) fue creada por la iglesia”. “Nosotros la inventamos y la construimos”.

Esa simbiótica relación con las “ideas” de d'Aubuisson es declarada y abierta: el difunto Armando Calderón Sol fue uno de sus guías políticos preferidos, tan así que lo condecoraron cuando estuvieron en el poder con la Orden José Dolores Estrada.

Esa sería la única conexión entre una y otra vecindad ideológica. Por eso, equiparar a monseñor Romero con cualquier dirigente profano es un irrespeto a su memoria, una agresión a la fe de los creyentes y un desprecio a la iglesia del Papa, aquella cuya opción preferencial son los pobres, no la “casta divina” que quiere seguir siendo el Tranque VIP de la Historia de Nicaragua.

La obra magnífica del salvadoreño fue parte de su consecuente humanidad, en ejercicio de hombre y de ser espiritual, al asumir la sana doctrina hasta las últimas consecuencias, en su defensa irreductible del prójimo, del descartado… No se aprovechó de ellos para ocuparlos de peldaños humanos y proyectarse ante los hombres con brillo artificial. Era un auténtico. No necesitaba de reflectores ni de cámaras. Contaba con la luz propia de los siervos de Dios.

Monseñor Romero dependía de la Biblia para fulgir. El falso del partido impreso, de la frivolidad de las redes sociales y las pasarelas mediáticas.

¿Por qué no hubo un solo católico genuino que promoviera firmas de respaldo para que no lo trasladaran de Nicaragua? En cambio, sí hubo católicos de base que recolectaron más de medio millón de rúbricas para que el Papa se lo llevara.

No se confundan. Los aplausos hacia su persona, los titulares y las portadas son dedicados al político mundano.

Semejante intención de secuestrar la gloria de monseñor Romero para colocarla como aureola sobre la testa de Báez, recuerdan estas ineludibles preguntas del apóstol Pablo:

“¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial (Satanás)? [2 Corintios 6:14-15].

III

Tampoco en Nicaragua ocurre lo que Alver Metalli recuerda de El Salvador: que “el 16 de noviembre de 1989, en plena guerra civil (1980-1992), los soldados del batallón anti-insurgencia Atlácatl, entrenado en los Estados Unidos, irrumpieron en la Uca y asesinaron al rector, el español Ignacio Ellacuría, a los también jesuitas Ignacio Martín Baro, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y el salvadoreño Joaquín López, además de la cocinera Elba Julia Ramos y su hija de 15 años Celina Mariceth Ramos”.

Da la “casualidad” que gobernaba el presidente Alfredo Cristiani, del partido Arena.

En Nicaragua no existe un Cristiani en el poder, ni un potencial Arnulfo Romero en santidad –estas ya son palabras mayores–, menos que un clérigo de la última ermita de Nicaragua esté en peligro de perecer por predicar el Evangelio.

No hay ni por cerca batallones Atlácatl ni coroneles desalmados capaces de dictar una desnaturalizada orden como sí las dieron los “protestantes pacíficos” en los tranques el año pasado.

Un informe sobre ese tiempo, reproducido por Metalli en “Tierras de América”, recuerda:

“El Coronel Ponce llamó al coronel Guillermo Alfredo Benavides y, delante de los otros cuatro oficiales, le ordenó eliminar al Padre Ellacuría sin dejar testigos. Según confesiones posteriores que hicieron algunos soldados acusados por los asesinos, el coronel Benavides salió de la reunión del Estado Mayor e informó a los oficiales del Colegio Militar que había recibido la orden en estos términos: «Él [Ellacuría] debe ser eliminado y no quiero testigos»”.

“El problema de Nicaragua” del que tanto hablan los “nicaraguanólogos” es el predeterminado por aquellos que hoy día rinden culto al siniestro doctor Alfred Rosenberg.

Parte de esa liturgia consiste en “purificar” a su ídolo. Cuando se conocieron las confesiones de Báez, la fuerza de tarea mediática de la derecha repitió: “Diversos sectores nicaragüenses han puesto en duda la autenticidad de las grabaciones”.

Los “diversos” son los mismos actores coludidos para derrocar al gobierno: oenegés, algunos empresarios y jerarcas de siempre.

El cardenal Brenes reconoció que Báez “lamentablemente fue grabado”. Tampoco se atreven a destacar lo que la misma empresa de los Chamorro se vio forzada a publicar ante la contundencia de la denuncia hecha por la Comunidad Eclesial San Pablo Apóstol:

“‘Lesner Fonseca, uno de los líderes campesinos en la zona de El Tule, confirmó que efectivamente se reunieron con Báez y que alguien grabó el encuentro, pero no se atreve a identificar al responsable de la grabación y filtración.

‘Estoy profundamente triste, dolido y apenado con monseñor Silvio Báez, con esta situación que ha sucedido’, aseguró Fonseca a La Prensa”.

Al echar mano del distorsionado discurso del señor Báez y Cia., los “nicaraguanólogos” no tienen ningún derecho para pontificar sobre Nicaragua, de la misma manera que nadie que esté contaminado con las obsesiones de Rosenberg cuenta con autoridad moral para juzgar a Israel.

A lo sumo será un relato arbitrario de nuestro país. Una versión hepática de alguien que se equivocó de patria, de iglesia y de oficio…

 

 

 

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