I
Era un hombre que cargaba muchas luchas encima.
Una parte de la Historia de Nicaragua, la más álgida, la más pesada carga, tierra lacerada por el oprobio, ahí estaba, en su mochila de luces.
Le conocíamos con un nombre que no podía pasar desapercibido.
Era referencia.
Un punto y aparte.
Un libro y tantos volúmenes de amor.
Una incitación a la conciencia, no a la violencia sin sentido.
Un algo más que no todos lo tienen: ideales y hechos por los que entregó sus mejores calendarios.
Supimos que lo esculpió el dolor, lo fortificó el sacrificio, lo bendijo el clandestinaje y…
Lo maldijeron los traidores, los que odian a un pueblo por el derecho de soñar con las manos despiertas en la obra de la Patria Grande.
Porque con ellos sumó sueños y convicciones, y se empeñó laboriosamente, como escribió, en graduarlos dueños de su destino, y no apéndice de patrioterismos inútiles y de huecas liturgias cívicas.
En su diccionario biográfico se buscó y no fue hallado el término “resignación”.
Desconfiaba de los adverbios, de la utopía y de los aduladores.
Y nunca se le agotó en sus venas esa hermandad que corría a borbollones: la Solidaridad es la sangre de las causas indiscutibles.
Sí era radical: un extremista poblado de Reconciliación, probado por la concordia y comprobado por su humanismo todoterreno.
Contaba con un superávit de generosidad…
Perdió seres queridos y respondió por otros, que sin ser de su sangre, eran sus hijos legítimos del cariño a Germán Pomares.
Motivadores de su entrega a la guerrilla era cambiar el marcador de la muerte que regía en Nicaragua.
La Dinastía Somoza cortó, miserablemente, la existencia de generaciones enteras de nicaragüenses.
El último, Anastasio Somoza Debayle, dejó el país de 2 millones 400 mil habitantes con una esperanza de vida de apenas 59 años.
¡Como que sabía que no iba a pasar de los 55!
Algunos todavía le guardan luto.
Con el presidente Daniel Ortega, en 2017, por primera vez los nicaragüenses alcanzamos un promedio de 77 años, de acuerdo con las estadísticas del Banco Mundial.
Pero los herederos de Somoza y de los que declararon Príncipe de la Iglesia Católica al fundador de la tiranía, Anastasio Somoza García, no soportaron esa inconcebible extensión de la vida para los nicaragüenses antes marginados: de 59 avanzamos hasta casi los 80 años, y con 6 millones y medio de habitantes.
El intento Golpe de Estado, además de demoler la economía, y desatar de nuevo la muerte, el pasado y la destrucción, redujo en 2019 a 75 años la esperanza de vida.
En 1974, Nicaragua “deslumbraba” con una de las tasas de mortalidad infantil más alta del mundo: solamente 130 bebés se salvaban por cada 1000 nacidos.
Frutos de esa lucha de su Frente Sandinista, liderado por el comandante Ortega y la escritora Rosario Murillo, es que en 2021 aquella escandalosa cifra de infierno pasó a 12.6 por 1000 nacidos
En 1974 “más de 20 mil nicaragüenses padecen de tuberculosis avanzada”, se lee en Apuntes de Historia de Nicaragua, Tomo II.
En 2021, la Vicepresidenta reportó 1 mil 754 casos.
Sus aspiraciones se tornaron realidades.
Erigido con todos los soles de la victoria, su largo camino estuvo hilvanado de logros, estudios, combates, retiradas tácticas, persecuciones, soledades, escuelas guerrilleras, cárceles, huelgas de hambre, y la terrible cercanía de la muerte…
Me dio, para muchos, el indescifrable código de la gratitud.
Su vida misma me lo descifró.
De una carta que me envió desde Lima, el 9 de julio de 2008, extraigo algo de aquellos días:
“Me produce una ternura, a prueba de amnesias, traer a la memoria la alegría y el miedo en el rostro de quienes nos daban refugio, cuando llegábamos a medianoche a reclinar la cabeza con la pistola debajo de la almohada. Desde luego, los dirigentes tenían un seguro de muerte si eran descubiertos y si hubo algunas excepciones fue, de verdad, obra de las circunstancias o de algún milagro”.
Era la dura verdad de que en cualquier momento ya no podría estar más con sus entrañables compas…
Seguir era el único camino.
Seguir solo con la certidumbre de que esos compitas eran las puras lumbres de una Revolución hecha a como debe ser: por las muchedumbres.
Y que volvería a ver sus diáfanos rostros a través de la celeste transparencia del triunfo por venir.
II
Siendo innumerables hombres, tenía un nombre que ondeaba más como una hermosa bandera en el pino más alto, firme y erguido de las montañas que como un dato más en el Registro Civil de las Personas.
Tomás Borge. Irrepetible.
Lucero insistente en medio de la oscuridad de los años 60 y 70.
Su nombre contaba con todos los tonos de la leyenda, que siendo tal, era más una biografía trascendental sobre la que nunca empinó el ego. Aun así, reconoció lo que pocos admitieron desde la nube que andaban, y que aun cayendo, en 1990, desde los 20 mil metros de alturas del poder, como diría Cornelio Reyna, no renunciaron al endiosamiento:
“Fuimos soberbios”.
Sabía que no todo era culpa de Reagan, como justificaban su docta incapacidad el Jefe de Gabinete Económico, Sergio Ramírez, el de Agricultura y Reforma Agraria, Jaime Wheelock, y otros que entonces culpaban, hasta enronquecer, al “imperialismo norteamericano”.
Vivió la época de las deserciones, la caída de las máscaras y las caretas, la asquerosa muda de piel del serpentario, constrictor de la Revolución.
Conoció a los Judas.
A los infaltables Pilatos…
A los tipos del cálculo.
De antemano sabía que los más intelectualoides “marxistas” no tenían a Lenin por arquetipo sino a Caín.
La Guardia Nacional dejó tirado los uniformes, los garand, los galil, los M-16 y los cascos…
Los “iluminados” sus principios…
Sus vacías consignas…
Su atosigante “Yanqui enemigo de la humanidad” …
Pero no abandonaron las propiedades, ni el fin-justifica-los-medios, tampoco los privilegios, menos las haciendas como la de Cornelio Hüeck por las playas de Tola o la Mansión de Germán Saborío en Managua.
Sobre todo, y porque necesitan vivir bien, no dejaron tirada por allí la gloria mal habida de una Revolución que nunca les perteneció de corazón.
Tomás me contó uno por uno, direcciones incluidas, los bienes inmuebles del más “inmaculado sandinista” que tenía si no igual, mayores atribuciones que la misma Dirección Nacional.
Es que no todos los que alcanzaron el grado de Comandantes de la Revolución y de Guerrilleros, y las cumbres en el tablero de mando con sus feudos particulares, esos mismos que se desgañitaban con el “Sandino ayer, Sandino hoy, Sandino siempre”, no fueron sandinistas ni ayer, ni ahora, ni nunca.
Los “grandes camaradas” se disolvieron en la menor oportunidad que permite el oportunismo.
Era “darse color” tener de cerca a un sandinista, y más a un Comandante de amigo.
Era la era de la perfidia entera.
Era la consagración no de la primavera de Alejo Carpentier, sino de la miseria humana de ese triste ayer y mal antier que quiere borrar el presente y matar el bendecir venidero que ya es.
Era la hora del ¡Adiós muchachos!
Tomás ya lo había anunciado y denunciado.
Nada nuevo para él.
Visionario, lo dijo con décadas de anticipación. Si se hubiera atendido su advertencia, muchas angustias que padeció el pueblo de Nicaragua se hubieran evitado.
Hoy, y aun en 2018, son demasiado válidas sus palabras, referidas a Wheelock y Luis Carrión, y otros de esa condición:
“Son incapaces de soportar la dureza de las campañas guerrilleras. Y tampoco pueden mantener la dignidad y la firmeza en las situaciones adversas, aunque se mojan los pantalones de euforia en las batallas decisivas”.
Que estos individuos organizaron la cobardía y el repliegue desde 1975 es parte de la gradual alevosía que en el bajo mundo de la perfidia se enmascara de “disidencia” para el consumo europeo y de algunas izquierdas destartaladas de América Latina.
Fueron expulsados del Frente Sandinista, reintegrados en marzo de 1979, y de nuevo, retirados por sus propias conveniencias personales después de febrero del 90: el FSLN, para ellos estaba “acabado”.
Anastasio Somoza Debayle no les dio oportunidad, a mediados de los años 70, de ser parte de “la savia nueva” de su Administración, pero sí el somocismo post Somoza.
Por supuesto, la Conferencia Episcopal les abrió las puertas en 2018 para su conato de gobierno: ser la “savia vieja” del somocismo “autoconvocado”.
El fundador del Sandinismo los retrató hace más de cuarenta años: Es que su “fervor revolucionario se había transformado en objeciones, temerosas miradas hacia atrás, y finalmente la huida”.
La huida del Pensamiento Vivo de Sandino al refugio del Pensamiento Muerto de Stimson.
III
Un solo nombre para tantos hombres:
Poeta, escritor, orador de formidables piezas que traspasaban las fronteras del discurso político a punta de su verbo encendido de certezas, cielos y albas…
Creador de vivas metáforas que surcaban las plazas del alma…
Fundador del FSLN.
Guerrillero, político, militar.
Entrenador de tres Generales de Ejército, tres Jefes de las Fuerzas Armadas.
Comandante de la Revolución.
Diplomático.
Vos que contribuiste a diferenciar la grandeza del sandinismo sobre los mellados ripios del pasado que se colaron como “revolucionarios” hasta en la Dirección Nacional…
Vos que no le temiste a la Guardia Nacional.
Vos que no fuiste doblegado por los torturadores.
Vos que ni el Jefe de la Oficina de Seguridad Nacional, (OSN) Samuel Genie Amaya ni el Jefe de la Policía, Nicolás Valle Salinas, te pudieron alterar tu desmedido déficit de rencores.
Vos que me contaste haber visto a Anastasio Somoza Portocarrero en el ascensor de un hotel en Guatemala, y que bien pudiste haberle dado la mano de haber sabido quién era.
Vos que cuando te dijeron después, “Comandante, ese era ‘El Chigüín’”, respondiste:
“Hombre, lo hubiera saludado”.
Vos que admiraste al poeta Pablo Antonio Cuadra, el grande, pero no al PAC pequeño, el conservador político.
Vos lo único que detestaste era la deslealtad.
A vos te digo hoy, Hermano Tomás:
Los ideales por los que combatiste eran tus espléndidas Memorias del Porvenir.