Para el historiador Aldo Díaz Lacayo, “Tomás siempre fue un poeta”. Era un poeta en sus discursos y un poeta en su prosa. Tras su paso a la inmortalidad, su poesía quedó dispersa por el mundo, publicada en sus libros: La Paciente Impaciencia (Premio Casa de Las Américas, 1989), Un grano de Maíz (1992) y los poemarios La Ceremonia Esperada (1990) y A la sombra de un grano de sal (2009).

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