Fue Walter Benjamin el primero en acuñar el término “estetización de la política” para definir la intención fascista de dominar a las masas mediante mecanismos y dispositivos estéticos-políticos, mientras se mantiene el control sobre las relaciones de producción y de propiedad en manos siempre de las oligarquías en turno; intención, decía Benjamin, que inevitablemente tendría que desembocar en la autoaniquilación. Luego, ya sabemos la conclusión que tuvo esta “estetización de la política”: campos de concentración y la muerte en masa de millones de vidas humanas durante la Segunda Guerra Mundial. 

El término del filósofo alemán no ha perdido ninguna actualidad desde la publicación en 1936 de su conocido ensayo, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, que advertía: “En lugar de canalizar ríos, dirige la corriente humana al lecho de sus trincheras; en lugar de esparcir granos desde sus aeroplanos, esparce bombas incendiarias sobre las ciudades; y la guerra de gases ha encontrado un nuevo medio para acabar con el aura”. La decadencia del aura –su desgaste como potencialidad imaginaria—, se definiría como el empobrecimiento de la experiencia ante la creciente importancia de la técnica.

En nuestra literatura, Canto de guerra de las cosas de Joaquín Pasos es un testimonio de la catástrofe avizorada por Benjamin: Joaquín parece ser iluminado por el filósofo alemán sin acaso haber leído el ensayo: “Somos la orquídea del acero, / florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la espada, / somos una vegetación de sangre. / Somos flores de carne que chorrean sangre, / somos la muerte recién podada / que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un inmenso jardín de muertes”. Estado de cosas que sigue vigente en el mundo capitalista actual con las fantasmagorías de la destrucción expresadas en las tecnologías desarrolladas por la industria  de la guerra, en la continuidad de los campos de concentración —Guantánamo, por ejemplo—; asimismo, la proliferación de otros “campos” para inmigrantes tanto en América del Norte como en la contradictoria Europa.

La estetización de la política, entonces, encaminada por la teleología de su propia Razón solamente es capaz de “producir monstruos”, como dijo Goya.  Es así que, el aura irremplazable que define a la experiencia humana y la epifanía que envuelve el nombre de las cosas, continúan aniquilándose. Estetización de la política, que debemos comprenderla también como una política del terror. La filosofía de Benjamin refleja la negativa ante esta política. Para él, el pasado no es algo acabado ni pertenece al olvido ni se trata solamente de “enterrar a los muertos”. Por eso nos dice, “si venciese el enemigo, tampoco los muertos estarían a salvo”. Lo que significa que toda generación presente tiene un compromiso: la exigencia de reivindicación con las víctimas de la Historia.

La barbarie desatada por la derecha golpista después del 18 de abril no podemos desvincularla de “ese enemigo que nunca cesa de amenazar”, ahora a través de la vieja conspiración del terror. El arcaísmo mismo del “golpe de estado” utilizado, simplifica esta operación que tantos malos recuerdos ha dejado en América Latina. Como lección histórica a su intentona, le recomiendo a los golpistas aprenderse de memoria el axioma de un gran poeta, que en política también funciona: un golpe de estado nunca abolirá el poder popular. El Bello Terror y sus virtudes de otrora (dixit Slavoj Zizek) ya no pueden tener lugar en las democracias modernas, pues el poder político se asume a través de las urnas, no convocando a la violencia ni al lenguaje del odio, como pudimos escuchar y observar desde la primera reunión en la fracasada mesa de Diálogo Nacional. Ahí lo que se perfiló fue la política del terror, asumida en pleno por los obispos Álvarez, Báez y Mata, demostrando que el lenguaje puede ser un grandioso medio de liberación y al mismo tiempo ser el máximo instrumento de violencia.

Con sus frases desgranadas aquí y allá, ya no pueden ser interlocutores de ninguna buena nueva si fueron los primeros en sacralizar la política del terror. A ellos les recuerdo lo que Alexandre Kojève pensaba del fundador del Cristianismo: “Pablo no habla de amor a Dios y al hombre, sino sencillamente de amor al Otro”. Los tranques no significaron “amor al Otro”, representaron la puesta en escena de la política del terror. Los llantos frente a las cámaras de Monseñor Báez fueron también una estetización maliciosa de la política. De este oximorónico juego de imágenes se nutrieron los medios y las redes sociales que participaron de manera activa en el golpe fallido. Toda la estética violenta y terrorista se puso de acuerdo: videos ultraviolentos amenazaron en convertir nuestra integridad humana en algo asesinable. La imagen de un sandinista quemado, de una mujer violada, de un torturado: todo este andamiaje del mal a los golpistas les resultaba un acto “estético”. Los golpistas intentaron arrancarnos nuestra aura, que es la manifestación de acercarnos al futuro por muy lejano que parezca. No se trataba del antiguo deseo humano de “contar una historia”, sino de causar miedo y temor como los encapuchados guerreros de Isis. Una especie de neofascismo que los golpistas del MRS quisieron instalar utilizando la tecnociencia y todas las modalidades cibernéticas de dominación en manos de auto/con-bocados, o bocones internetizados por el imperio. Escenificación del terror, son también las marchas violentas de la “oposición pacífica”: manifestarse políticamente no significa destruir su lugar social.

Escenificación del terror político también, la amenaza a nuestra soberanía que representa el Nica Act. Escenificación del terror político también, el canal de televisión que en rojo sangre difunde cotidianamente noticias falsas. Giorgio Agamben afirma, que si el objetivo de la política es el de orientarnos esencialmente hacia el orden de la felicidad, su función es “la de prevenir el desarrollo de condiciones que llevan al odio, al terror y a la destrucción”. Cuando la compañera Rosario dice “muerte al somocismo”, está proclamando el fin de esta política del terror y la restauración de la paz y la reconciliación, que en lenguaje benjaminiano significa: saltar el instante de peligro y dotar a cada nicaragüense de su energía áurica única para emprender de nuevo la reconstrucción del país.

Comparte
Síguenos