Un bello y profundo verso del poeta Guillermo Rothschuh Tablada (Cita con un árbol) inicia este artículo: “volver es recordar”. Verso que parece establecer un diálogo con la polémica frase de Platón sobre la teoría del conocimiento: “conocer es recordar”. La verdad es, que “volver”, como dice el poeta, y “conocer”, como dice el filósofo, nos sitúa frente a esa dimensión del tiempo que llamamos pasado. Pero este pasado no basta con conocerlo, sino que significa también articularlo con el presente para que tenga sentido histórico, o dicho con otras palabras por Walter Benjamin en su Tesis de la Historia: “Articular históricamente lo pasado no significa «conocerlo como verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro”. 

El golpe fallido de la derecha terrorista fue un instante de peligro y ha despertado el recuerdo de luchas pasadas, por consiguiente, no debe sorprendernos que las 198 víctimas representen la continuidad de la barbarie, que de tanto en tanto repiten los vencedores de la Historia: comenzada en la Conquista y perennizada hasta hoy por la oligarquía aliada al imperio norteamericano. Es por todo esto, que las 198 víctimas de la derecha golpista no deben ser olvidadas, hacer justicia es nuestro deber de memoria para evitar más víctimas de la Historia.

Las palabras de Benjamin son contundentes en este sentido: “El peligro amenaza tanto a la existencia de la tradición como a quienes la reciben. Para ella y para ellos el peligro es el mismo: prestarse a ser instrumentos de la clase dominante. En cada época hay que esforzarse por arrancar de nuevo la tradición al conformismo que pretende avasallarla”. Lo que el filósofo alemán quiere decirnos es que cada generación tiene el compromiso de velar por la justicia, que esta sea cumplida para que la barbarie no se repita de nuevo. Cepillar la Historia a contrapelo, es la estrategia. Cuando el Comandante Ortega en sus discursos recuerda la historia de las intervenciones norteamericanas que nuestro país ha soportado, no repite: hace memoria para las futuras generaciones. “El historiador, decía Benjamin, es un profeta que mira hacia atrás”.

Porque hacer memoria, no es un gesto compasivo, es reconocer la experiencia del sufrimiento de los oprimidos, evitándose que no sea archivada por la Historia escrita por los vencedores. Un país sin memoria se asemeja a lo enunciado por Joaquín Pasos en su poema Cementerio: “En la tierra aburrida de los hombres que roncan / se hizo piedra mi sueño, y después se hizo polvo”. Es bueno saber, para que la quimera del olvido no nos atrape en sus garras, que el archivo representa al tiempo homogéneo y vacío que sostiene a la derecha golpista, para ella la justicia es algo que se puede posponer, algo no urgente porque su visión de la Historia tiene un fin idealizado que no se sabe si redimirá al hombre de alguna injusticia; las víctimas, en todo caso, son expedientes abstractos que el tiempo continuum borra poco a poco. Algo así como los procesos interminables en la obra de Kafka. Por eso, Benjamin insistía en que “la memoria abre expedientes que la ciencia da por archivados”.
Manuel Reyes Mate lo explica de esta manera: “La política se construye sobre cadáveres. Es la lógica del progreso. Si queremos acabar con esa lógica hay que tomarse en serio a los muertos, los derechos de los caídos, las injusticias que se les hicieron". La política del gobierno sandinista es vigilante de cualquier injusticia cometida, pues nada de lo acontecido después del 18 de abril quedará en el olvido. Los comités que apoyan a las familias de las víctimas son un ejemplo, están haciendo del presente un espacio de justicia donde el aquí/ahora no sea el futuro que espera, sino un presente justo realizado para todos. Lo contrario de este compromiso, es la lógica neo-liberal y la política elitista, que configuran los paradigmas de la derecha golpista; política que se extiende hasta las tres organizaciones que dicen representar a Los Derechos Humanos, apologistas del olvido, ocultan a las verdaderas víctimas ensanchando la lista de muertos con fines politiqueros.
No es raro que se hayan escuchado voces diciendo: “necesitamos más muertos”. Escuchamos a algunos obispos (Álvarez, Báez, Mata), llamando a la confrontación sangrienta. Los puchos de individuos, que dicen ser “oposición pacífica”, en cada marcha dejan un reguero de sangre. La prensa hegemónica llama al caos, a la anomia permanente, niegan el clima de normalidad que ha recuperado el país. Mientras el pueblo entero trabaja, ellos ociosamente comen pasteles, como María Antonieta, negando la realidad días antes que le cortaran la cabeza.

Esperan que el imperio realice lo que ellos no pueden realizar en las urnas: ganar las elecciones. El dueño de un canal de televisión hasta pidió el desembarco de los famosos marines, su debilidad intelectual busca apoyo en el poderoso, en el país más belicoso de la tierra, que considera a la guerra, afirma Alain Badiou: “como una forma privilegiada, incluso única, de atestación de su existencia. Por lo demás, hoy en día se constata que la poderosa unidad subjetiva que arrastra a los estadounidenses al deseo de venganza y de guerra se constituye en torno a la bandera y al ejército. Estados Unidos se convirtió en una potencia hegemónica en y por las guerras”.

Un país que borró su pasado asesinando a sus propios indígenas. Quizás por eso el poeta Carl Sandburg escribió que el pasado “es un cubo de cenizas”. No para nosotros, porque conocemos “el don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza”, como enseña Benjamin, para que el presente no sea tumba del olvido sino memoria colectiva donde se congregue el pueblo alrededor de la justicia.