I
El gobierno patrio, así diría Rubén Darío, es la Nicaragua profunda: se requiere grandeza del alma para reconocer al primer big leaguer de nuestro país, Dennis Martínez.
Veamos. No es una distinción de protocolo y de pequeño-pero-significativo-acto-salgamos-de-esto. La Administración Sandinista lo hace con la más excelente hazaña arquitectónica y deportiva que jamás se haya erigido en la historia de Nicaragua. Y nunca había ocurrido también que se rindiera un espléndido homenaje de este tamaño y de esta naturaleza a alguien en sus calendarios vivos: Estadio Nacional Dennis Martínez.
Es una celebración a la vida.
Este será el icónico Templo de la Paz y la Reconciliación, y ejemplo de lo que son capaces de hacer los nicaragüenses cuando se enfocan en su nación.
Sí, una muestra de que cuando hay amor a Nicaragua, se pueden alcanzar metas que suelen ser imposibles para los que malquieren a su terruño nativo. Lo de Dennis es una bendición concreta; la palabra convertida en hecho, y con calidad, buen gusto y estilo, dejando atrás los odios, los rencores, las discordias, que de esas pasiones inferiores nada bueno puede surgir.
Ahora vale más, por palpable, aquel mensaje de concordia que pronunció la escritora Rosario Murillo, en agosto de 2016:
“Sí estamos opuestos, frontalmente, a la Mediocridad, a la Indignidad, al Irrespeto, a la Pobreza, por eso es que decimos que seguimos luchando frontalmente hasta erradicar la Pobreza, a la Miseria, Material y Humana. Estamos opuestos a que nos denigremos unos a otros. A que seamos pequeños de Espíritu cuando nos toca ser grandes. Porque la pequeñez corroe, y en otros momentos, nos ha corroído y destruido como Nación”.
Se trata, enfatizamos de nuevo, de un tributo de más de 2 mil toneladas de acero reforzado y 15 mil metros cúbicos de concreto a la paz, una paz de largo aliento que cambia el sentido de lo que fue el país de los desencuentros, el país de antes, cuando, además, se aplaudía lo de afuera y lo ajeno era tenido en preferencial estima que lo propio.
El Sandinismo no es ni malinchista ni matamama.
Más que un parque de pelotas, el Estadio es un monumento de admiración a la enorme obra del granadino en las Grandes Ligas, que a la vez es un testimonio de que Nicaragua vive otros tiempos.
Managua misma, aun en su frenética dispersión que las autoridades deben frenar para alzar literalmente la capital, adquiere con este diamante su corona de primera urbe de la nación. Que se requiere más, lógico. Las ciudades como las naciones nunca terminan de hacerse.
II
Dennis ha declarado que está feliz y, bueno, su fisonomía debería acompañar, hoy por hoy, la definición académica de Felicidad: “Placer, satisfacción, gusto grande”, señala el Larousse.
Por mucho que una exigua minoría de políticos intente destruir la imagen de Nicaragua, no se puede ocultar el impulso laborioso de los trabajadores, el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, las cámaras empresariales, las cooperativas, las micro, pequeñas y medianas empresas.
El Estadio mismo es la suma cualitativa de este esfuerzo colectivo y armonioso que se refleja en todos los aficionados del deporte rey.
El mismo expelotero ha declarado que ni el Segundo Juego Perfecto –el público, 28 de julio de 1991– se compara con lo que ahora siente. Es el día en que tocará la gloria, entrará en ella, y sabrá que cuenta con el valor agregado del cariño nacional que no se desvanece, sobre todo porque reconoce en él su espíritu de guerrero limpio.
Cuando en algún momento la pizarra de la vida le marcó los numeritos en rojo de la derrota, Dennis se levantó para lanzar ese Primer Juego Perfecto; el personal, el principal, donde solo contaba con su propio equipo: él y su familia. Y salió del slump para ordenar su existencia y colocarse a la altura para la cual el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob lo había destinado: culminar una exitosa carrera en béisbol más exigente del mundo.
Hoy, en Nicaragua, él comparte con la juventud los mejores strikes de su biografía para ponchar al fracaso.
III
El Sandinismo con su madurez y su visión nicaragüense demuestra que es una institución política nacional que no se rige por el emocionalismo ni por ideas desfasadas que colapsan sociedades.
No es aquel Frente que en los años 80 contaba con cuadros radicalizados, hoy gracias a Dios en otras minúsculas agrupaciones, que no entendían cómo operaba un país ni lograban descifrar el idioma de los productores cuando advertían: “Sin finqueros no hay gallo pinto ni tortillas”.
Un Frente Sandinista evolucionado, más aristotélico que platónico (esa pavorosa inutilidad de alcanzar utopías para ver pastar el unicornio azul) en cuanto está ocupado y preocupado en administrar con eficiencia la nación, que las cosas funcionen, que haya óptimos adelantos sociales y económicos, muy interesado en los resultados tangibles, es el que hace posible este país de libertad.
Es la misma nación que fortalece sus vínculos con Corea del Sur y Rusia, Japón y Cuba, Francia y Turquía, Israel y Kuwait, Venezuela y Taiwán, la nación asiática que puso de día el sueño del Estadio.
Es, además, una prueba de que el liderazgo sandinista –el presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo– se distanció de las filias y las fobias, toda una “cultura” en los antiguos salones del poder. Se pudo haber escogido para la instalación el nombre de algún mártir sandinista, como sucedía durante la primera parte de la Revolución. Sin embargo, prevaleció la actitud de los estadistas. Se valoró al serpentinero sultaneco.
Esta es la realidad. En un país en estado de desgracia no se podría ver a una multitud entusiasmada por entrar a un lujoso acontecimiento histórico llamado Estadio Nacional. Tampoco sería posible encontrarse a un hombre en Estado de Gracia. Ese es Dennis Martínez, una metáfora viviente de la Nicaragua del siglo XXI: Victoria es no perder la ruta del Home.