Partiendo del evidente choque entre el partido de papel que representa el diario La Prensa y las cámaras empresariales adscritas al COSEP me he planteado reflexionar si el periodismo crítico en los actuales tiempos, donde la globalidad del planeta es una burbuja muy volátil, insegura e inestable, debe ser para destruir o para construir.

Desde hace mucho tiempo los periodistas escuchamos, de algunos que dictan cátedras sobre este oficio o profesión, clichés como que debemos estar en contra de los que están a favor y a favor de los que están en contra, que nuestra relación es irreconciliable con el poder, que la misión que debemos ejecutar es solo ver el punto negro en medio de la gran hoja blanca y negarnos el inmenso entorno blanco que rodea al punto negro. Es decir, si hacemos una cosa distinta a lo que afirman estos catedráticos, el periodismo deja de ser periodismo y se vende para volverse vocero de del interés del poder.

Yo soy un periodista graduado en la universidad de la vida, me formé bajo los escenarios dantescos de dos guerras en las que participé, la primera contra Somoza como un rebelde sin causa y la segunda contra el frente como un revolucionario frustrado que terminó concluyendo que todo para nada porque ambos escenarios nos dejaron solamente 50 años de atraso. Después de eso me involucré en las campañas electorales de Doña Violeta con la UNO, con Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños con en el PLC y después con José Rizo en el 2006 y con Arnoldo Alemán en el 2011, ya estos dos últimos en plan de perdedores ante Daniel Ortega.

En todo ese tiempo, desde 1975 que me involucré en acciones insurreccionales, hasta el 2011 que decidí desactivarme del Partido Liberal Constitucionalista, pasaron 36 años para aterrizar y darme cuenta que yo también fui parte del mal causado y que mucho de ello empezó cuando inicié haciendo mis pininos periodísticos allá por 1982 cuando me inspiró también que nuestra relación con el poder es irreconciliable y que los periodistas nacimos para ser ajusticiadores del poder y quizá por eso fui opositor a Doña Violeta, a Arnoldo Alemán, a Enrique Bolaños, a los que ayudé a llegar a la cúspide a riesgo de mi propia vida y opositor después a Daniel Ortega en el quinquenio del 2007 al 2012, al que consideraba mi enemigo porque desde que volvió a la silla presidencial lo miraba como el bárbaro que traería el servicio militar, volvería con las confiscaciones, la guerra, la censura, el exilio, las cárceles, los presos políticos, los medios de comunicación cerrados, la seguridad del estado, los CDS, los tribunales populares, los racionamientos y todo lo que en no existe en él presente.

Los que ya tenemos un largo recorrido y hemos escuchado también las voces sabias de quienes todavía nos aventajan y por mucho en éste oficio y profesión y que con su amplia experiencia han alimentado la madurez profesional y ciudadana que ahora atesoramos algunos que ya fuimos alcanzados por el tiempo, nos preocupa que esa tesis irreconciliable contra el poder siga alimentando en los recintos universitarios a los hombres y mujeres de prensa que aspiran a ser nuestros relevos con el discurso de que somos los grande fiscalizadores de la cosa pública, pero pretendiendo ponernos la toga de jueces y encima de esta la inmunidad para que nadie nos fiscalice a nosotros, los periodistas.

Poniendo en perspectiva la idea lo que quiero decir es que sí, el periodismo, debe ser un fiscalizador de la cosa pública porque es de todos, pero debe ser una fiscalización objetiva y constructiva, señalar errores con el propósito de inducir la enmienda no para ofender o herir sin razón, con un lenguaje que de previo no condene, que de espacio para las explicaciones y menos con el fin de empinarse en la mentira porque eso es lo que dicta el interés político en varios que conozco y que se lanzan sobre otros colegas a los que llaman vendidos por no decir las cosas como los “catedráticos” de la comunicación social que dicen ser y por ello se creen los oráculos de la verdad bíblica, la que no se debe cuestionar.

Nuestro país vive atrasado porque el periodismo que ejercimos muchos pensando en que había que mantenernos en guerra con el poder lo llevó a ese estado de postración creando en la sociedad la imagen de que todo aquel que lo alcance, no importa cómo se llame, de donde venga, qué orientación política o ideológica tenga o qué proponga, hay que acabarlo de todas formas porque para eso es el “periodismo” y así fue que aprovechándonos de abusos que fueron sobre dimensionados en el tiempo de Somoza y los tiempos de los ochenta que polarizamos, que ambientamos las guerras que siempre supimos cómo empezaron, porque las encendimos nosotros, pero nunca calculamos que terminarían sin vencedores y con miles y miles de muertos innecesariamente y ahora, otra vez a la carga para insinuar una nueva guerra, que por supuesto por viejos no irían nunca a pelear o estimular otra vez la intervención o la invasión imperial con la que sueñan con tal de dañar a Daniel Ortega aunque de paso se lleven en el alma al país como exactamente sucedió antes.

A mí me dicen que vendí el carnet, que estoy en el presupuesto del Carmen, que Doña Rosario Murillo me dice qué debo escribir o expresar o cualquier cosa para descalificar mi línea editorial porque para estas gentes no importa que uno asuma un rol crítico como muchísimas veces lo he hecho y lo seguiré haciendo, sino que lo malo es que uno sea capaz de decir que también hay muchas cosas buenas que se están haciendo y por montones.

Para felicidad de estas personas, aunque quisiera que así fuera, voy a aceptar que estoy cañoneado -a lo mejor les causa envidia- pero que diferencia haría si así fuera si quienes a mí me tildan reciben igual una paga por decir solo lo negro que según ellos ocurre en el país. ¿Acaso los editorialistas, los directores de noticias, de un periódico de circulación nacional, de espacios de televisión, de emisoras radiales, no reciben sueldos, plata, ayudas económicas por exaltar solo lo negro?

Todo eso lo reciben de sus empresas, de la embajada americana a través de la AIDE y eso no los hace periodistas independientes ni objetivos y menos dueños de la verdad absoluta porque siempre ésta tendrá hasta tres caras, la de ellos, la nuestra y la de todos y tampoco les conferirá ser merecedores de una medalla como “salvadores de la patria o como guerreros contra el poder” porque les pagan para decir lo negro, aunque sepan que en todo esto hay mucho de blanco.

Pienso que el periodismo debe reconciliarse con la verdad y la primera gran verdad es que es un crimen seguir patrocinando desde nuestros editoriales el descarrilamiento del país por contenidos eminentemente políticos que no tienen ninguna relación con lo plantean algunos agitadores de la fatalidad con el pretexto de invocar una dictadura que no existe, un estado de pánico que no se ve, un pueblo indignado que no se manifiesta y un retroceso que contrasta con toda la infraestructura que se ve por todo el país, solo para citar algunos elementos.

Hay que plantear cada problema como la oportunidad de encontrar en ellos una solución. Hay que ver en cada punto negro que descubramos un misterio a resolver y no un frente de ataque. Hay que comprender que las debilidades de Nicaragua están en la mente de lo que se niegan a ir al futuro por el miedo de reconocer la gran verdad y es que el país está cambiando por la voluntad de los que se cansaron de anclarse en el pasado.

No todos aquellos que escuchamos decir que aquí solo desgracias hay son sinceros. Algunos de ellos, porque así me lo han expresado, lo hacen porque tienen un trabajo que defender y porque aquella “máxima” de que la calle está dura también les cae a ellos, aunque estén en un medio como Radio Corporación que dice luchar todos los días contra una dictadura que tiene en su programación tres jugosos espacios que pagan a los dueños de esa emisora miles de dólares; aunque estén en medios televisivos donde el director del programa era uno de los que ayer bendecía la guerra, las torturas, las confiscaciones, los cierres de espacios de prensa y las cárceles y quien además afirmaba que su padre, quien ahora es un héroe nacional, seguramente estaría con la revolución si por aquellos días estuviese vivo.

No permitamos que quienes hacen periodismo destructivo nos impongan sus miedos para frenar nuestro andar con la esperanza. Si le damos espacio a ese miedo no vamos a poder ser los constructores de la Nicaragua de hoy y si tomamos en cuenta todo el tiempo que antes hemos mal gastado entonces ésta debería ser nuestra oportunidad para reivindicar lo mal que ya hicimos en el pasado.

Con lo que expreso deberé apostar a ser excluido de quienes se creen los “salvadores de la patria”, pero francamente a mí no me interesa ser aceptado en esos círculos porque a estas alturas ya crecí, ya maduré y me he dado cuenta que el peso de la verdad está sostenido por un pueblo que quiere paz, que quiere, empleo, que le preocupa la carestía de la vida y que aunque considera que las elecciones son importantes, junto a la tolerancia y la libertad, su democracia la fundamentan en la esperanza de ir hacia un futuro que ya pinta desde su presente y que cualquier distancia debe ser acortada a través de un diálogo que ya está funcionando y que se expresa en la trilogía gubernamental, empresarial y sindical y que está en marcha una reconciliación que puede ser abrazada por todo aquel que la quiera porque su oferta está a la orden de día.

Un periodismo constructivo, pero responsablemente crítico puede hacer una gran diferencia. El periodismo con esa visión puede ser la energía vital alcanzar la cima y catapultar al país porque hoy es la oportunidad de superarnos, pero venciendo nuestros miedos para vencernos a nosotros mismos y así decidir por lo que nosotros vemos y no por lo que otros quieren que veamos.

¡Recuerda, tiempo sobra para los mediocres, pero tiempo falta para realizar los sueños!