Que haya dos partidos grandes o partidos medianos y pequeños, no perjudican a la democracia. Son su misma sustancia. Pero si hay algunos tan imperceptibles que deben ser debidamente envueltos en papel periódico y digitalizados para que el paquetazo pueda pasar –con sus odios, diatribas, egos, distorsiones, insultos, especulaciones y rencores completos– como “organizaciones políticas” y “amplios sectores de la nación”, eso sí está orientado a lesionar el sistema. Es parte de lo que el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, llamó “la tiranía de las falsas noticias”.

Si nos atenemos a los partidos que participarán en las elecciones municipales, hay 19 formas de ver Nicaragua. Los partidos mismos confirman la existencia de la República.

Está fuera de lugar que con tantas expresiones, opciones, posiciones, visiones, pensamientos, programas y planteamientos, unas abreviaturas deshabitadas pretendan hacer creer la rupestre fantasía de que en Nicaragua se construye un “partido único”. Eso es rebajar su “política” al sótano de la mediocridad por falta de imaginación.

La historia, la cultura, la tradición de nuestra patria no está signada por la uniformidad ni la conformidad. Un país colorido que hace méritos a su Escudo Nacional, y abierto al mundo como se aprecia en sus relaciones con Corea del Sur y Rusia, Taiwán y Venezuela, Cuba y Estados Unidos, Haití y Turquía, Canadá y Antigua y Barbuda, nunca podrá ser ocre, mucho menos medio ocre.

Hay que distinguir entre partidos que son parte de la vida y otros que por más que quieran sus directivos, no pasan del membrete. Su existencia no es real. Están entubados a un medio y algún organismo foráneo que oxigenan, artificialmente, sus rimbombantes siglas.

Falsificación

En 1990, por ejemplo, según el relato conservador, la “democracia se instauró” en Nicaragua. La elite de derecha borra de plano la sostenida agresión política, militar y económica del presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Simplemente fueron apalancados por el injerencismo, no por sus raras “convicciones democráticas”. ¿Cómo puede germinar de la falta de decoro algo tan noble como la Democracia?

Debemos aclarar que fue una tendalada de micropartidos, sin sustento popular, sin presencia territorial, sin gracia política, sin liderazgo propio, pero mucho apalancamiento externo, la que obtuvo el poder. Nunca se trató de verdaderas instituciones políticas. ¿Cómo puede generarse una democracia sin pueblo?

Salvo doña Violeta Chamorro y don Virgilio Godoy, fueron “líderes” desconocidos los que pactaron la llamada “Unión Nacional Opositora”. Estaban tan convencidos de su derrota que la victoria lograda, gracias a las pistolas de la era Reagan en la sien del pueblo, les sorprendió. Ninguna democracia nace de artificios, codicias o pasadas de cuentas. La Democracia, si alguna vez nació –con dificultades, errores y limitaciones, en medio de la agresión estadounidense– fue en los 80. Es nuestra Democracia. Y aquí está la Organización de Estados Americanos para contribuir con su perfeccionamiento y el fortalecimiento institucional.

Ahora, tampoco la democracia se mide por la abundancia o escases de formaciones políticas habilitadas para ir a los comicios. La historia no lo registra así.

El Frente Sandinista es un colectivo multitudinario, por ende, el de mayor relevancia en la historia de la nación. En 1995-96 surgió una agrupación de amplia base, el Liberal Constitucionalista. Pero Nicaragua nunca se ha caracterizado por contar con cuatro o seis partidos de enorme calado nacional. A lo sumo son dos, y un tercero en los linderos.

Idiosincrasia

Esto de que sea un par de formaciones dominantes, o una según la época, no es porque haya sido “arreglado” por el FSLN, el árbitro electoral o alguna “componenda”. Es parte de la idiosincrasia nicaragüense y de la misma naturaleza: Dos lagos mayores, Xolotlán y Cocibolca, y un montón de lagunas. El Océano Pacífico y el Caribe, y numerosos ríos. Dos volcanes lacustres, Concepción y Maderas. Dos San Juan, del Sur, en el Pacífico, y del Norte en la antigua Mar del Norte. Estación seca y estación lluviosa. Arroz y frijoles, y la gran alianza gastronómica del gallopinto.

Esta es la Historia: el sable y la sotana, (como escribió José Dolores Gámez); León y Granada, y sus barrios originarios Sutiava y Xalteva. Mechudos y Desnudos; Calandracas y Timbucos; Democráticos y Legitimistas; liberales y conservadores; nacionalistas y vendepatrias…

El mismo nombre de nuestro país es una confluencia de dos voces, náhuatl y castellano, dos continentes, América y Europa. Los historiadores refieren que al nombre que designaba el señorío nativo, “Nicarao”, los conquistadores le agregaron la palabra hispana “agua”, tan impresionados quedaron por el grandioso paisaje líquido que se extendía ante sus ojos: un Mar espléndido que a la vez era Dulce. Así, los españoles pronunciaron Nicarao-agua, de donde emerge, bautizada literalmente en El Cocibolca, Nicaragua.

Por si fuera poco, el Pacífico, que ha sido siempre la región más densamente poblada, era dominado por nahuas y chorotegas. Y, entre tantos caciques, las crónicas subrayan dos notables: el sabio Macuilmiquiztli, a quien por error se le atribuye como nombre propio el del territorio llamado Nicarao –el doctor Fernando Silva (q.e.p.d.) aclaró el yerro histórico–, y Diriangén.

Lo majestuoso y lo modesto, las montañas y los valles, lo mayúsculo y lo minúsculo, suman nuestra nicaraguanidad. Cuando se habla, desde la oposición, de la famosa “unidad”, lo que está confesando es su rechazo al pluralismo político. La hiperderecha quiere la uniformidad: que Nicaragua asuma el pensamiento único de la elite conservadora.

Ese desenfrenado deseo de los mínimos líderes de articular un partido masivo es tan antinatural como esperar de un árbol de jocote una formidable cosecha de aguacates. Sencillamente no está en su ADN.

Por eso, al no contar con carisma ni lograr descifrar el tiempo histórico, intentan desacreditar a los partidos que participarán en las elecciones de noviembre, denigrar a la misma sociedad de “pasiva”, “indiferente”, “sin conciencia ciudadana” y hasta el Secretario General de la OEA no se escapa de los improperios.

Si los hiperderechistas no pueden atraer a la sociedad es por la simple razón de que no son creíbles. Segundo, se topan con un muro infranqueable: no comprenden la cultura nicaragüense. Es como tratar de constituir una tercera religión nacional. De dónde tela, si no hay araña.

En Nicaragua los creyentes, en su vasta inmensidad, asisten a las Iglesias Católica o Evangélica. Después, y a una sideral distancia, otros credos no componen ni el punto porcentual.

¿Acaso se acusará al Gobierno Sandinista de no tolerar la libertad de culto y de ejecutar una terrible persecución religiosa para imponer, a la población, las actuales coordenadas del Mapa Espiritual de Nicaragua?

¡Por Dios!