Los 51 deportados de Estados Unidos que pisaron suelo nicaragüense este miércoles se encontraron en su patria un trato cálido y humano que los hizo recordar con familiaridad aquel ambiente de cercanía y fraternidad de su país.
Entre las caras que reflejaban notoria fatiga física, varios se mostraron optimistas a pesar de la adversidad, porque desde más al norte del mapa, conocieron noticias de que la situación en su país ahora arroja luces de progreso y esperanza.
El sueño de poder vivir mejor para estos nicaragüenses no acabó. Al contrario, se ve fortalecido, pues tendrán la oportunidad de cumplirlo en su tierra.
Luego de haber vivido 15 años en Estados Unidos llegó el día que nunca esperó. Moisés Pastrán, de Cinco Pinos, se propone hoy aprovechar las nuevas oportunidades de su tierra. “Le doy gracias a Dios porque vengo a visitar con mi familia y pasarla lo mejor que se pueda. Ya para Estados Unidos no más (…) yo pienso que está mejor el país que antes y pienso realizar mi vida, feliz con mi familia aquí”.
Luis David Gómez, original de Somotillo, antes de poder abordar el transporte aéreo a su nación, tuvo que purgar dos meses de prisión debido al temible proceso migratorio estadounidense.
“Dos meses estuve preso. Me siento alegre porque después de eso ya estoy aquí. No hay nada mejor como estar uno en su país”, afirma el hombre que intentó en dos ocasiones la empresa de conquistar una mejor vida en el país de las barras y las estrellas.
Jaime Ferrufino, de Chinandega, estuvo ocho meses en Estados Unidos. En ese tiempo, solo durante 60 días vio la libertad. Los otros seis meses los pasó de cárcel en cárcel, mientras lo único que en su mente habitaba era el pensamiento de regresar a su patria.
“Nos tuvieron amarrados todo el tiempo de pies y manos y nosotros solicitábamos desde hace tiempo que nos deportaran para nuestro país y nunca nos daban respuesta. Andábamos de una cárcel a otra. Preso, amarrado, sin comida, sin agua ni nada. El sufrimiento que está allá está muy duro”, se apresuró a decir, antes de confiar que su familia no tenía noticia de que había llegado al país, hasta que una conmovida periodista le facilitara su celular para ponerse en contacto con su padre.
Cada 15 días un avión cargado de hombres y mujeres con los corazones llenos de esperanzas desvanecidas aterriza en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino de Managua. Son personas que apostando a ser recibidos con un mejor presente, se enfrentan al monstruo de la discriminación que los amenaza con descuartizar la dignidad que en su tierra les es devuelta como uno de los bienes más preciosos.