Para ser militar se necesita un elevado sentido de entrega y compromiso, un trabajo arduo y disciplinado que en Nicaragua también tiene rostro de madre.
Las féminas en la institución castrense que tienen el privilegio de haber dado a luz, adquieren una nueva visión del mundo. Para ellas es una exigencia mayor, pero sus hijos representan un punto de equilibrio entre la emoción y el servicio.
Las cualidades, que día a día adquieren, la habilidad natural y el sentido materno que en ellas viene es intrínseco desde su nacimiento, se fortalece y agudiza a medida que van aprendiendo a ser ejemplo de sus hijos y deben continuar con la vocación de servicio al pueblo.
De esa manera la Suboficial Jessenia Isabel Hernández Mendoza, madre de un pequeño de apenas un año, administra su tiempo entre las responsabilidades que desempeña sin horario en la Fuerza Naval.
La maternidad para ella significa más un mundo de aprendizaje, balanceando sus días entre su comprometida labor y su responsabilidad de madre.
“Esta combinación nos lleva como mujer a equilibrarnos un poco más, a dedicar el tiempo al trabajo y el tiempo a mi hijo, de demostrarle todo ese afecto como madre, de estar con él y estar en el trabajo pendiente, llamando, preguntando a cada momento, si está bien, qué necesita, cómo está y el apoyo que le da a uno la familia”, comenta.
Capacidad exclusiva de su género
Para Jessenia, la mujer tiene la capacidad de ser madre y a partir de eso, se debe tratar de formar a los hijos en armonía con la carga diaria, sintiéndose bien al mismo tiempo.
“A veces el mismo trabajo te quita el deseo (de ser madre) porque estás más preocupada en el quehacer del trabajo y no te lleva a pensar de tener un hijo, pero es una bendición de Dios”, sostiene.
Si bien en Nicaragua, el Ejército y el pueblo al que protege tienen una estrecha relación de respeto y colaboración, es en el Cuerpo Médico Militar, donde la vida civil y la militar se juntan y conviven en mayor medida.
La Capitán Sidley María Hurtado, jefa del servicio de Ortopedia y Traumatología del moderno Hospital Militar Alejandro Dávila Bolaños, comparte con los pacientes y la población.
Hurtado reconoce que el camino no ha sido fácil para poder lograr todos sus objetivos. Dentro de estos retos lo más complejo siempre ha sido desprenderse de sus seres queridos.
“Difícil porque no los veo todo el tiempo. Difícil porque no voy a las reuniones estudiantiles…. Ya mi hijo es un universitario y me ha apoyado en ese sentido”, afirma.
El esfuerzo, para ella, es más de su familia y sus pacientes. “La satisfacción de encontrarme a un paciente agradecido y contento por mi trabajo hecho se siente feliz y contento de haber renovado parte de su vida”.
La nueva etapa de la revolución
Del mismo modo, María Esther Solís, madre de un pequeño de dos años, reconoce los espacios que las mujeres han ganado con la nueva etapa de la revolución, que justamente se desarrolla en un momento en el que la mujer debe asumir mayores retos.
“Es algo muy difícil porque actualmente la mujer tiene que desarrollar como profesional y como mujer y como esposa. Los retos que afrontamos ahora son muy grandes y no nos podemos quedar atrás”, afirma.
Al nacimiento de su hijo, recuerda que su vida cambió. Tuvo muy poco tiempo con su hijo a tiempo completo, pues pasados tres meses le tocó volver asumir turnos de presencia física en el Hospital Militar.
Es precisamente entonces cuando se adentra en el momento más duro de la maternidad que hasta ahora ha vivido.
“En mi esfuerzo por la lactancia materna exclusiva, que nosotros promovemos, fue algo muy duro, muy cansado, porque a la vez que trabajaba, pasaba 24 horas en el hospital u once horas, tenía que preocuparme por proveerle a mi bebé esa leche materna tan beneficiosa para él”, explica.
Rigor y amor
La vida de María Escobar, miembro de la Fuerza Aérea, es una rutina, que si bien es estricta en cuanto al cumplimiento, se suaviza con el amor maternal antes de salir y al volver a casa con sus hijos.
“El diario mío es levantarme, levantar a mis hijos, pasarlos dejando a la escuela. Después me vengo a mi trabajo, cumplo con mis deberes y obligaciones de mi trabajo, luego al terminar mis labores, regreso a mi casa llego a hacerle cena a mis hijos, a preguntarle sobre sus tareas”, precisa en un tono militar que se ablanda conforme habla de sus pequeños.
Un logro que destaca es la vivienda que ha logrado edificar en el barrio Jorge Cazali. Sin embargo, considera que sus mayores metas aún no están cumplidas y los retos que se va trazando son cada vez mayores.
“Yo antes de meterme al Ejército, mi sueño era darle un hogar a mi hija y pues ahora, desde que inicié en el ejército, logré hacer mi casa”, comenta.
Historias como estas son contadas por muchas, cuya actitud ruda y el coraje que demuestran a diario, no es más que la consecuencia de la fortaleza de la que se deben revestir para cumplir el compromiso con la patria y sus familias, evidente por el severo contraste de la vida militar, pero común en la sociedad, en cada una de las mujeres que vencen las adversidades, los prejuicios y las barreras solamente por amor.
La transformación más grande y extrema en un ser humano, el doloroso y cansado proceso de parto y la entrega que desde ese momento deben realizar, la asumen sin dudar y sin esperar nada más que el bienestar de aquellas vidas que surgieron desde su interior. Es por eso que los nicaragüenses reconocen todo el año, pero en especial este 30 de Mayo, el mayor sacrificio que la mujer debe asumir, por la simple naturaleza de su género.