Hace bastante ya las temperaturas son elevadas en Paraguay, pero lo de este fin de semana es el colmo pues se padece la llamada ola de calor como cada enero.
Los termómetros casi llegan a los 40 grados Celsius, pero las condiciones de humedad elevan la sensación térmica en cuatro o cinco grados más.
El anuncio ocurrió ayer, de una manera muy simple: comienza la ola de calor.
Salir a la calle, después de estar resguardado por un aire acondicionado, resulta realmente una tortura, más en horario de las 10:00 a las 16:00 hora local, considerado un periodo pico por la mayor intensidad de los rayos ultravioletas.
Esa calentura del poco aire que sopla va entrando a los pulmones con mal augurio (¿intenta convertirlos en estofado?) y caminar apenas 100 o 200 metros bajo el influjo del astro rey es un tormento.
Dicen que la culpa la tiene un sistema anticiclónico posicionado sobre la región, que afecta el norte de Argentina, sur de Brasil y todo Paraguay, con lo cual disminuye mucho la probabilidad de lluvias.
Al limitar considerablemente la formación de nubes en la zona, son muy elevados los niveles de radiación y como consecuencia un incremento de las temperaturas.
La Dirección Nacional de Meteorología lo advirtió en un informe especial emitido para recordar a los paraguayos lo habitual de esta ola cada mes de enero.
Con buena cara recibieron la noticia de la parada de las precipitaciones pluviales los más de 100 mil ciudadanos desplazados en varios puntos del país, la mayoría en Asunción, por la anegación de terrenos y viviendas.
El desborde del río Paraguay, principalmente, por los aguaceros que trajo desde octubre el antojadizo El Niño, ocasionó esa alta cifra de damnificados en una temporada de recrudecimiento del fenómeno climático.
Tras días de apenas algunas lloviznas, el nivel de la vía fluvial tiende a bajar, aunque el "menor de edad" parece haberse agazapado y prepararse para un nuevo embate desde marzo.
Los afectados por las inundaciones se alegran con la ausencia de lluvias, pero padecen otros males en los albergues habilitados por los gobiernos central y municipal o las precarias casetas de madera y planchas metálicas construidas de apuro donde sobreviven.
Sus escasas condiciones higiénicas dispararon los padecimientos gastrointestinales, sobre todo en niños.
Además, como en el resto del territorio nacional donde las autoridades de salud declararon el alerta epidemiológico, están expuestos al contagio con dengue, chikungunya o zika.
Y ahora esto, el calor extremo (claro que no tanto como en otras zonas del mundo), al cual nadie puede acostumbrarse en condiciones normales pese a que la ola se presenta cada año.
Tal vez sea una broma, aunque a veces la duda se despeja, lo que gozan al contar asuncenos a quienes por primera vez sienten esa sensación de asfixia y derretimiento, como parte del anecdotario lugareño.
Uno dice, y varios a su alrededor lo corroboran, que al romper un huevo sobre la carrocería de un auto estacionado pocas horas bajo el sol, al poco rato, si no es óbice el polvo y suciedad del vehículo, se puede degustar una hermosa postura bien frita.
La exageración tampoco falta en el gracejo popular, porque llegan a afirmar que sobre el asfalto (nada más y nada menos) alguien se atrevió y logró alguna vez cocer un trozo de carne vacuna.
Chiste o verdad, lo cierto es el agobio por estas altas temperaturas de espanto para los no habituados, en menor cuantía pero también sufrido por los curtidos.
Tanto es el calor que el día 12 -aún sin entrar la ola- la Administración Nacional de Electricidad registró un récord de consumo de energía de dos mil 770 megawatts, para destrozar el de dos mil 656 de un año atrás.
Y ahora, con este embate ardiente, puede que esa marca quede para la historia.