El 28 de mayo de 1979 los guerrilleros del Frente Sur “Benjamín Zeledón” empiezan a rodear el sector de El Naranjo, en frontera con Costa Rica. Al día siguiente, les tocaría enfrentar al comando que la Guardia Somocista tenía en el sector, pero en esta ocasión no sería el clásico operativo guerrillero de disparar, eliminar y retirarse. Al contrario, la Dirección Nacional del Frente Sandinista (FSLN) había ordenado no solo destruir el comando de esa localidad sino continuar avanzando con todo el poder de fuego contra las unidades que el dictador Anastasio Somoza Debayle tenía desplegadas en el departamento de Rivas.

El operativo era parte de la “Ofensiva Final” contra Somoza Debayle, el tercero de una dinastía que durante cuatro décadas había convertido a Nicaragua en su hacienda personal y a los nicaragüenses en no más que lacayos.

Los primeros meses de ese año fueron de continuos choques entre la Guardia y la guerrilla en todo el país. Pero ya para mayo en el Frente Sur reinaba la excitación y la perspectiva de un enfrentamiento de grandes dimensiones al ver como Somoza iba reforzando sus tropas frente en el sector.

Un punto estratégico

El Naranjo, y su emblemática Colina 155, era un punto estratégico tanto para las fuerzas del Régimen como para la Guerrilla Sandinista. Quien conquistará ese pequeño territorio podría tener el control de la costa, del aire y la tierra circundante.

Este factor fue determinante para que la batalla iniciada el 29 de mayo se llegase a convertir en la más cruenta de todas las que se libraron para derrocar al último de los Somoza.

El jefe del Frente Sur era el comandante Edén Pastora, un hombre que hacía menos de un año había dirigido la toma del Palacio Nacional, considerado el operativo más espectacular perpetrado por el FSLN contra la dictadura. Por parte de la Guardia, el jefe era el coronel Pablo Emilio Salazar, llamado “Comandante Bravo”, un anticomunista hasta los tuétanos, militar de carrera y por tanto frío y calculador al momento de dirigir un operativo.

Era un deber luchar

Para dar un ejemplo de las dimensiones de lo que fue el Naranjo y la Colina 155, solo basta llegar al municipio de San Juan del Sur, girar hacia la izquierda sobre una carretera medio adoquinada y luego de una hora de recorrido detenerse en un lóbrego lugar donde se erigen enormes planchas de metal con los nombres de quienes dejaron la vida en esos días.

La cantidad aún hoy no es precisa, pero lo único claro es que muy pocas veces en la historia nacional se había derramado tanta sangre en tan corto tiempo y en espacio tan reducido.

De esto son vivos testigos Bosco Arana, Freddy Mendoza, Francisco Ruiz, José Santiago Urtecho y Francisco Cuendis.

Ellos no se creen héroes, solamente dicen repetidas veces que cuando fueron jóvenes hubo la necesidad de empuñar las armas para hacer de su patria un lugar donde el pueblo pudiera labrar su propio futuro en libertad.

Cuentan que hace 35 años esas colinas dejaron en sus vidas imágenes espeluznantes, donde solo se podía escuchar el estruendo de las balas saliendo del fusil o bien el rugido de los aviones descargando pesadas bombas sobre sus cabezas.

Estaban bien armados

Bosco Arana tenía apenas 25 años cuando formó parte de la columna que atacó El Naranjo.

El afirma que a esas alturas de la guerra el Frente Sur contaba con armamento muy moderno y por tanto en esta ocasión la Guardia tendría que vérselas con un ejército de hombres bien organizados y decididos a no ceder un solo milímetro.

“Estabamos en igualdad de condiciones, estábamos en igualdad de armas, incluso ya habíamos superado a la Guardia en cantidad de hombres”, destaca Arana, quien hoy tiene 60 años.

Este antiguo guerrillero señala que desde el 29 de mayo al 2 de junio, los combates se desarrollaron sin una sola gota de agua. No obstante, el 3 de junio se desata una tormenta que terminó convirtiendo el Río Naranjo en un enemigo más para los combatientes del Frente Sur, a tal punto que algunos perecieron arrastrados por las fuertes corrientes.

Subraya que había momentos en que los guerrilleros no podían retroceder pero la Guardia tampoco se atrevía a avanzar.

“Estábamos peleando con al agua hasta el cuello en los pozos tiradores. Si levantabas la cabeza te mataban y si te agachabas de ahogabas. Esos eran combates día y noche”, agrega Arana.

Somoza envió sus mejores destacamentos

A pocos kilómetros de El Naranjo, en la Colina 155, los combates no eran menos encarnizados.

“Aquí empantanamos a la Guardia Nacional. Aquí se dieron combates tan duros que nos caían los aviones en el día, los helicópteros, las cañoneras que estaban en el mar y la infantería que venía trepando (la colina)”, dice José Santiago Urtecho, de 65 años, quien era conocido como “El Halcón”.

Somoza y sus estrategas militares habían planificado muy bien todo enviando al grueso de sus fuerzas a enfrentarse con ellos.

“En este lugar nosotros enfrontamos a las tropas élites de la Guardia Somocista. Somoza nos mandó aquí a la EBBI (Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería), al CONDECA (Consejo de Defensa Centromericano). Nos mando lo más duro que él tenía para aniquilarnos”, cuenta Francisco Cuendis, que en aquella época apenas había cumplido 18 años.

No obstante, los guerrilleros soportaron la embestida, y con el accionar de los demás frentes de guerra en el resto del país poco más de un mes después finalmente caía la Dictadura Somocista y empezaba para Nicaragua un nuevo camino iniciado con la Revolución Popular Sandinista.