La Guardia Somocista pensaba que en esa casa se realizaba una importante reunión del Frente Sandinista. Incluso creía que le había echado el guante a Carlos Fonseca Amador, ese ser extraordinario, omnipresente y a la vez tan temido por la Dictadura. Sin embargo allí solo estaban dos mujeres, una niña y un hombre. Ese hombre era Julio Buitrago y aquel 15 de julio de 1969 escribiría una de las más gloriosas páginas de la historia nacional.
Nunca se había visto tal zafarrancho bélico en la ciudad de Managua: una tanqueta, 300 soldados y un avión contra una pequeña vivienda de dos plantas ubicada en Las Delicias del Volga.
Cuando Julio Buitrago se ve atrapado por esa enorme maquinaria militar le pide a los demás ocupantes de la casa que le dejen solo. Coge una subametralladora y decide hacerle frente a la Guardia. Inmediatamente después inició el tiroteo, un descomunal accionar de armas acompañadas por el cañón de una tanqueta contra una casa, y desde esa casa la respuesta de un solo un hombre entonando el himno nacional.
Una de las mujeres que acompañaban a Julio era Doris Tijerino. 45 años después ella recuerda que junto a quien luego sería conocido como El Padre de la Resistencia Urbana murió un joven panadero que nada tenía que ver con el FSLN.
“Entraron (a la casa de al lado) y sacaron a un joven trabajador de una panadería. Lo sacaron a culatazos. El estaba, parece, en calzoncillos o en short porque el pantalón que se puso estaba al revés, y lo mataron porque el hecho de pensar que era un sandinista”, señala Tijerino.
Quien dirigía el operativo era nada más ni nada menos que Samuel Genie, uno de los más encumbrados nombres de la Guardia y por tanto implacable con el enemigo, aunque ese enemigo fuera un solo hombre frente a todo un ejército.
Un ser excepcional
Cuando ese hombre finalmente cae abatido tiene el rostro irreconocible producto de la metralla. Su fuerte fue significativa para el Frente, y especialmente dolorosa para Doris Tijerino, quien lo había conocido cuando eran apenas unos niños cursando el sexto grado de primaria.
“Julio era un hombre de extracción humilde. Su madre era enfermera, su padre de crianza, no el biológico, era zapatero, un hombre muy vinculado al movimiento obrero, con ideas progresistas. Julio era un muchacho muy esforzado, estudioso, el no se graduó de abogado, pero estaba en los años finales (de la carrera) en la UCA”, recuerda Tijerino.
Fue excepcional en el sentido que siendo tan joven con un futuro por delante, con una profesión que le pudo haber dado comodidades materiales decidió dejar eso”, manifiesta esta antigua guerrillera.
Deliraban con Carlos Fonseca
Cuando la Guardia irrumpió en la casa de Las Delicias del Volga iba extasiada y creía firmemente que quien les hacía frente era el mismísimo Carlos Fonseca. Le veían correr en calzoncillos, le veían subirse a un árbol, le veían con una camisa blanca, le veían multiplicarse por todos lados, disparar por todos lados, veían a un ejército de Carlos disparando contra ellos. Tijerino, quien fue capturada en el operativo, les decía que no era Carlos, que era un solo hombre, pero que no era Carlos.
“Ellos veían a Carlos por todos lados, aunque Carlos no estaba en Nicaragua en el 68”, recuerda.
Pero el hombre que les disparaba desde el segundo piso valía tanto como Carlos. Tenía el grado de Comandante y era miembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista. Tenía mística, tenía valor, tenía el corazón rojinegro y estaba dispuesto a ofrendar su vida por el pueblo.
Murió por la libertad
Para Doris Tijerino esa sangre no fue derramada en vano, porque hoy ya no existe la Guardia Nacional ni la dictadura.
“Hoy somos libres”, subraya.
Sin embargo, asegura que si bien han pasado 45 años de aquel hombre enfrentándose a un ejército de criminales, aún hay retos pendientes en el país.
“Tenemos una deuda como revolucionarios: la lucha contra la pobreza”, asegura.
“Estamos en la ruta correcta y tenemos el liderazgo correcto”, agrega Tijerino.
El mayor de los sacrificios
Para el comandante Edén Pastora es increíble como Julio pudo enfrentarse a 300 hombres. Eso, destaca, lo convirtió en un ejemplo de la mística con que actuaban los miembros del sandinismo.
“Julio murió, estuvo decidido al mayor de los sacrificios: a entregar su vida y eso solo se puede hacer desde posiciones sandinistas, revolucionarias que luchan por cambios, por justicia social”, indica.
“Luchó y murió por lo que se está haciendo ahora, por un gobierno para los pobres, por los pobres. Yo estoy seguro que en el cielo tiene que estar Julio Buitrago, porque si Julio Buitrago no está en el cielo, quien va a estar en el cielo?, se pregunda el comandante Pastora.
Efecto dominó
La casa donde murió Julio Buitrago conservaba las huellas del tiempo. Sus paredes están salpicadas de metralla, de cañonazos. Cuando uno pasa por allí y no conoce esta parte de la historia nicaragüense, jamás imaginaría que ese fue el escenario de una batalla que comparada con la de David contra Goliat, se le quedaría corta. Allí no estuvo el valiente David con su onda enfrentando al gigantesco Goliat. No. Allí quien estaba era Julio Buitrago, el hijo de una enfermera y de un zapatero, el muchacho estudioso frente a 300 guardias.
Seis meses después, el 15 de enero de 1970, Managua fue testigo de otra demostración de poder por parte de la guardia. Otros 300 hombres rodearon una casa frente al Cementerio Oriental done etaban los guerrilleros sandinistas Mauricio Hernández, Róger Núñez y el joven poeta Leonel Rugama. Eran tres contra trescientos y cuando un guardia les exigió que se rindieran, fue de la boca de Leonel Rugama de donde tronó aquel: “que se rinda tu madre” y ninguno de los tres se rindió.
Después de eso habrían de pasar cinco años para que la guardia le echara el guante al fantasma que le atormentaba, a ese hombre que lo veían en todas partes. Fue en las selvas de Zinica en 1976. Carlos marchaba junto a dos compañeros cuando fue sorprendido por los disparos. Uno de estos le impactó y tuvo que arrastrarse hacia una hondonada. Estando herido un guardia le exhortó que saliera y se entregara. Carlos sin embargo les dijo que si lo querían, tenían que bajar por él. Momentos después Carlos era liquidado. Hasta varias horas después la guardia se dio cuenta de que al Carlos que había matado era Carlos Fonseca, el Comandante en Jefe del Frente Sandinista.
Carlos tampoco se había rendido como no lo hicieron Leonel Rugama y sus compañeros en aquella casa frente al Cementerio Oriental, como no lo hizo Julio Buitrago en el segundo piso de la casa de las Delicias del Volga. Todos ellos murieron en desventaja numérica, pero con una valentía ejemplar. Antes de morir, Leonel Rugama dejó un eco, aquel “que se rinda tu madre”, Carlos desafió a que bajaran por él. Julio, herido de gravedad y a punto de ser liquidado por la metralla, solamente entonaba en himno nacional.