Cuando el Centro Carter demanda “que las autoridades conduzcan una seria y profunda revisión del sistema electoral nicaragüense”, repetía lo que expuso en 2001”: “una reforma de fondo de la Ley Electoral de enero del 2000 y del Consejo Supremo Electoral como institución”.

¿Cuál es entonces la diferencia? ¿Por qué hace 13 años, la ultraderecha y su partido impreso optaron por el yo-no-fui? ¿Por qué nadie se rasgó las vestiduras por la “pérdida de la institucionalidad”?

Sencillo, el CSE certificó el triunfo de Enrique Bolaños: un conservador profesional para “demócratas” aficionados de última hora; por lo tanto, si es “de los nuestros”, qué vale el resto, y peor el documento “Observando las elecciones nicaragüenses de 2001”.

Si bien el referido Centro se cuida de hablar de “fraude” en 2011, ocupando el término “opaco”, tampoco los anteriores comicios observados por el equipo del presidente James Carter, fueron alabados de “radiantes” como ahora, echando mano del olvido, se pretende hacer creer. Las jornadas electorales en los tiempos del neoliberalismo fueron desastrosas.

El mismo Centro Carter pecó de negligente al no denunciar que el embajador Oliver Garza se convirtió en el activísimo padrino de campaña del ingeniero Bolaños, convirtiéndolo en el candidato de facto de los Estados Unidos, bajo la égida de George W. Bush. “Preferencia oculta (de EEUU) a favor de uno de los contrincantes”, fue el término gris sugerido con timidez en el informe.

El finado Carlos Fuente retrató, en 2006, el lamentable retroceso de la humanidad que significó la llegada de Bush a la Casa Blanca. Con los ripios de esa decadencia se terminó de mal construir la ultraderecha nicaragüense: “las oportunidades de un orden multilateral fueron negadas por el espejismo de un desorden unilateral que, fundado en los débiles cimientos del orgullo y la ignorancia, creyó que el mundo global podía ser ordenado por una sola fuerza, haciendo caso omiso de la pluralidad histórica, étnica, religiosa y cultural de las civilizaciones”.

Ejército manipulado

Dos días antes de los comicios, el presidente Arnoldo Alemán, para empujar a su rezagado vicepresidente, elevó la parada en una ostentosa puesta en escena de perturbadoras imágenes de los años 80, que completaban el cuadro de la dupla Garza-Bolaños: sacó a las calles los tanques, camiones, cara pintadas y camuflados fuertemente armados, utilizando al Ejército para fines politiqueros.

Aunque los motivos alegados fueron distintos, su impacto emocional en el pueblo estaba dirigido a escribir otra historia en las boletas, que la adelantada en las encuestas. Por cierto, ningún “purista” constitucional tuvo compasión por el manoseo a la institución castrense.

La ultraderecha torpedeó la voluntad popular a lo largo de la campaña. El soberano fue sometido a chantajes y presiones de todo tipo, además de la guerra sucia contra el sandinismo que coronó la manipulación atroz del ataque a las Torres Gemelas en octubre de aquel año. Tanta deshumanización, utilizando el drama de miles de vidas arrebatadas, no se había visto antes.

Aunque lo anterior lo obvió el referido informe de 2001, instó: “En su conjunto, los problemas arriba enumerados han erosionado la confianza pública en el CSE, y han demostrado la necesidad apremiante de restructurar el Consejo de tal forma que sea compuesto por personas profesionales capaces e imparciales no sujetas a los dictados de los partidos políticos”.

El comandante Daniel Ortega, candidato del FSLN, siempre reconoció los resultados con todo y las irregularidades manifiestas que opacaban los sufragios, aunque fuera con “solamente un cinco por ciento de las actas de escrutinio”, como corroboró el Centro Carter.

Lo de 1996

Las barbaridades del proceso electoral que culminó el 20 de octubre de 1996, bajo la dirección de Rosa Marina Zelaya, son de las más tristes que se recuerden en la historia de Nicaragua.

El equipo Nitlápan Envío consideró: “El "fraude" fue esto: elecciones tan poco transparentes que impiden ver con claridad cuál fue en verdad la voluntad de los nicaragüenses en varios puntos del país”.

Y remarcó: “No deja de ser embarazoso y complicado analizar los resultados de unas elecciones que se vieron empañadas por las múltiples anomalías e irregularidades que acompañaron todo el proceso, antes y durante el conteo y reconteo de los votos…”.

Si bien, impotente, admitió “Hay que decir, de entrada, que con los datos proporcionados por el CSE es técnicamente imposible llegar a determinar si hubo o no un fraude electoral…”, sí “nos permiten afirmar que en la publicación de los resultados hubo un manejo tendencioso por parte del CSE. Los datos fueron organizados y presentados con el propósito de que ciertas anomalías e irregularidades no quedasen tan al descubierto de la vista pública y de que su importancia pudiese ser considerablemente minimizada”.

Para refrescar la memoria a la extrema derecha que gusta de exhibirse sin pasados incómodos, Envío publicó:

“¿Dónde están las JRV "fantasmas"?”

“Sin descartar la hipótesis del fraude, lo más probable es que una buena parte de las 233 JRV "fantasmas" del departamento de Managua hayan desaparecido debido al desorden institucionalizado que se produjo en el funcionamiento de todo el engranaje que culminó en las votaciones. Si dicen que de mano en mano puede perderse hasta una catedral, ¿qué suerte podría esperar a las boletas de 233 JRV, que fueron circulando de mano en mano a lo largo de una cadena que presentaba considerables deficiencias en los mecanismos de control, tanto en la fase de la recepción como en la del almacenamiento de los materiales electorales?”.

A pesar de estos tormentosos nubarrones de 1996 y 2001, que incluso dejaron rastros en los cauces y basureros donde fue a botarse gran parte de la voluntad ciudadana, la ultraderecha no dio voces, no armó la alharaca internacional, no fue en procesión ante Ileana Ros-Lehtinen; sus portadas, radios y pantallas, callaron. ¿Y la “falta de credibilidad” de las instituciones? ¿Y la “democracia”? ¿Dónde quedaron las convicciones?

Que ganaran sus candidatos, a como sea, era lo que importaba. Lo demás, en este Baile de Máscaras, si no lo amás, está de más.

Comparte
Síguenos