Trazos, poemas y el más alto canto, es la vena ardiente y pujante del arte latinoamericanista inspirada en el General Augusto C. Sandino. Memorias y nostalgias que lo enarbolan como figura trascendental de la libertad y la nicaragüanidad, donde poetas, escultores, músicos y pintores le han rendido los mejores tributos en su agitada vida revolucionaria.

El maestro Arnoldo Guillén, retratista y escultor de la figura de Sandino, aún continúa develando el misterio de la mirada de ese ser que muestra -tras una cortina de formas, colores y texturas- al creador del ideario más acertado de las luchas sociales de los obreros y campesinos de Nicaragua y la Patria Grande.

Más de cuarenta años esbozando y concretando el retrato infinito, no han sido suficientes para Guillén. La imagen de Sandino es mucho más que un tejido de líneas que se entrelazan nerviosamente formando una silueta, es mucho más que una obra que reúne ciertos elementos estéticos, va más allá del arte mecánico de un pintor que intenta proyectar una forma más o menos inteligible.

Pero, ¿cuál es ese verdadero misterio que encierra la mirada de Sandino? Desde su pequeño tallercito, instalado improvisadamente en su morada del municipio de Nindirí, Arnoldo explica que para saberlo, el espectador “tiene que ir más allá de la faz del General. Su rostro transmite una sensación de pasividad. Pareciera que cuando uno lo ve, te interroga con su mirada”, advierte el pintor.

La enigmática mirada de Sandino en la plástica nicaragüense

Un fardo de papeletas, cartelones y revistas es el expediente más vivo y enriquecido que el retratista nicaragüense tiene del Padre de la Revolución Sandinista; en todos estos materiales adocenados, figura altiva la imagen de Sandino. Un sombrero de vaqueta, una mirada torva, un ceño fruncido, una mirada escudriñadora."Cada vez que hago un rostro del General Sandino procuro penetrar en su alma", señala el maestro.

Guillén saca un carboncillo y delinea rápidamente ese sombrero que recreó el mismo pueblo –una imagen que define ese alfa y omega de la revolución-, la figura cíclica que decanta en elipsis, y simboliza la totalidad del ideario político y de compromiso de todo sandinista, como es la continuidad de la lucha por la paz, la soberanía y la autoderminación de los pueblos.

"Para nosotros los artistas es una preocupación constante hacer que trascienda la imagen de Sandino hacia el futuro”, explica el pintor. Luego saca un abigarrado álbum conteniendo las múltiples fotografías de maquetas de barro que ha forjado palmo a palmo, proyectos esculturales que ahora se cimentan en el centro histórico de Managua y otros rincones del país.

"Yo me preocupo mucho en proyectar la efigie de Sandino, que para mí es una cosa sagrada, y que tenemos nosotros que mantenerla viva y evitar que se distorsione, sino que se proyecte para la posteridad como esa imagen pura y diáfana", reflexiona Guillén mientras continúa pintando a brochazos al Sandino que figuró en paredes y murales tras el victorioso triunfo de la Revolución Popular Sandinista en 1979. El pintor recuerda que previo a esta fecha, recrear al libertador era suficiente motivo como para ser condenado a muerte durante la dictadura de Somocista.

"Cuando triunfa la revolución, los artistas tenemos acceso a tomar todo este material y a hacerlo propio. Cuando vemos su imagen, pareciera que estamos frente a un poeta”, sostiene el artista. Arnoldo, recuerda haber –incluso- pintado un mural donde aparecen el General Sandino y al Comandante Carlos Amador Fonseca en una calle de Nueva York, muy cercana a las extintas Torres Gemelas. Su pintura cautivó a muchos en el contexto de The Pathfinder Mural Proyect, obra Colectiva Internacional, en 1987.

El pintor que vendía clandestinamente los retratos del General

El pintor figurativo, Roger Pérez de la Rocha, al igual que Guillén, es uno de los grandes exponentes de la plástica nicaragüense. El artista también coincide en que el tema de Sandino era sencillamente un arte peligroso durante el régimen somocista. “Si te encontraban con una fotografía o dibujo de Sandino, te podían hasta matar”, rememora Roger, quien en los años que antecedieron a la revolución sandinista, vendía clandestinamente los sus retratos de Sandino para poder apoyar la causa social monetariamente.

“Hice algunos retratos de Sandino cuando fui miembro del Frente Estudiantil Revolucionario (FER). El tema de Sandino yo lo vengo abordando desde los 19 años. Fue donde me di cuenta del significado que tenía el General para nosotros los nicaragüenses", destacó de la Rocha, además de precisar que sus dibujos “se vendieron clandestinamente para poder recoger dinero y ayudar a las madres de los combatientes que estaban en huelga de hambre”.

El paisajista de grises, azules y rojos intensos, subraya que era justo y necesario darle al pueblo el rostro de Sandino, por lo que muchos artistas –tras el triunfo revolucionario- tuvieron que cumplir con esta demanda popular. “Todos estábamos participando de esa revolución y el gremio de pintores era un grupo sandinista muy cohesionado”.

Para Róger, Sandino siempre fue un ser místico. Su misticismo –de acuerdo al pintor- se fundaba en su disciplina revolucionaria, y pese a que era un hombre con escasa formación, siempre tuvo una forma poética para escribir lo que pensaba. “En su escritura no hay manchones, no hay torpeza, su pensamiento está muy bien hilvanado”, destaca de la Rocha, y expone que en este sentido, Sandino fue un muchacho que tenía una gran claridad de pensamiento que lo deja expreso tanto en sus cartas como en manifiestos contra el imperio injerencista norteamericano.

"Sandino tuvo el arte de pensar bien, hizo lo justo, dijo lo justo. Sandino nunca estuvo muerto, él estuvo siempre vivo, y Somoza, los Estados Unidos y la burguesía querían que solo fuera un tema tabú", expresa el retratista. De la Rocha expone que el General de Hombres y Mujeres Libres es el padre de la nicaragüanidad y la identidad de la sangre indohispana, y justamente por esto es que el pueblo se tomó las paredes para expresar -pintando su figura- toda la inspiración que generó no solo en Nicaragua, sino en la región latinoamericana y caribeña.

‘El más alto canto’ para el forjador de la Nicaragua Libre

Un rasguño de cuerdas emerge como eco -melancólico y cadencioso- de las montañas segovianas, recordando aquella lírica frase nerudiana: “El más alto canto”. Son los murmullos de las guitarras, violines y acordeones de don Felipe Urrutia y sus cachorros, persistiendo a los tiempos, imponiéndose como voces que trastocan y recrean la historia del General Sandino como el sueño logrado a través de los ritmos y palabras.

Recostado en una hamaca atada en las columnas de madera de aquella casona, en la sinuosa y encontrada comunidad esteliana ‘El Limón’, Polo, el cachorrito, tararea la recordada pieza musical insignia ‘A Sandino’, gira la uña y rasga las mágicas polkas y mazurcas que han fundido en el imaginario colectivo al líder del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional (EDSN). En una esquina, acostado en su cama, a sus 96 años, el gran Felipe Urrutia, fuma displicente, con su sombrero copado y tejido, trémulo, recordando los versos de la canción que elevó los ideales del General, “esa canción que, si los guardias te la escuchaban cantar, eran capaces de fusilarte”.

"Hay una canción que nadie la ha cantado, ni la sabe. Solo yo la sé y nunca la he cantado al público. Esta canción se llama "La venta de Moncada", advierte don Felipe, quien además recuerda haber conocido “de pasadita” a Sandino. “Tuve ese gran gusto de conocerlo. Era él un hombre pequeñito, llevaba un traje de soldado, muy impecable”, sostiene. El cantautor norteño, destaca que el General Sandino fue un sabio. “Lo que él decía era verdad. Sin él no éramos nada. Si no ha sido él, fuéramos un olote viejo. Un pueblo sometido a lo que dijeran los yanquis", indica.

"Quisiera que Sandino estuviera viviendo, para que viera bien que los deseos se le cumplieron. Sandino soñaba con una Nicaragua libre, y es lo que estamos viviendo”, dice, tras carraspear, don Felipe. Es que aún fumo –indica-. Me agravo si no fumo. Fumo desde los 13 años, cuando también empecé a tocar esas maravillosas canciones al General Sandino”. En el amplio patio fronterizo, se protagoniza una pelea de gallos. –¡Ve arriarlos-, grita a uno de sus hijos el norteño, enseguida acomoda su sombrero en la cama.

"Yo lo que me acuerdo es que como a esta hora (5 p.m.) nos llegó la razón que lo habían matado (a Sandino) debajo de un palo, y eso me llenó de tristeza"… Felipe Urrutia (1918) continúa recordando los versos de ‘La venta da Moncada’: El plazo ya está vencido, no han podido desarmar a estos cuatro segovianos que se han logrado juntar. Hemos logrado matar moncadistas por partida, y nosotros si enfrentamos encantados de la vida…”.

El ermitaño que labró a Sandino en la montaña

En la escabrosa montaña El Jalacate, ese coloso que se alza a 1 mil 34 metros sobre el nivel del mar, donde se divisa toda la región segoviana, allá, donde todo es bruma y vegetación, se ubica la pequeña covacha de Alberto Gutiérrez Jirón, el hombre misterioso de Estelí, el ermitaño que labró la imagen de Sandino en la montaña. Más de 25 años sin ver el cambio de la ciudad, sin tener noticias, más que los periódicos que le llevan quienes lo visitan, más que conocer del legado del General de Hombres y Mujeres Libres, lo ha experimentado desde su fe interior y lo ha esculpido desde la memoria de su corazón.

“Aquí era territorio de Sandino. Eran cunas donde ellos (Sandino y sus generales) anduvieron en las montañas. Mucha gente lo saludaba, y otros, menos cultos, pensaban que era un bandolero, pero él fue nacido en el campo y se inspiró por la pobreza, y por eso su lucha sigue”. El artista nos invita a subir la montaña, miles de petroesculturas se van superponiendo en la medida que se avanza en la escalonada: figuras de animales, paisajes, letras chamanes, las torres gemelas, indios, instrumentos musicales, mapas, la estrella de cuatro puntas, el astro mayor, cientos de figuras en piedra abriéndose paso en la altura, desafiando el arte de estos tiempos.

Alberto también es poeta, un bardo solitario que todas las noches sube a su santuario, a la pequeña cavernita donde está la figura del General Sandino, la imagen cincelada del gran Rubén Darío, otros personajes como Rafaela Herrera y Andrés Castro. “Desde aquí recito mis versos a la Luna”, indica sonriente, humilde, gracioso, saca un cigarrillo, y llena de humo las paredes accidentadas de su montaña de dibujos. El sombrero de Sandino, arqueado, oscuro, lamoso por la humedad de las vertientes internas del terreno, se trasluce en la humareda.

“Se viene cumpliendo el sueño de Sandino, desde que se ganó la revolución. ¡Menos mal que ganó Daniel Ortega para cumplirse esto! Todavía falta por trabajar mucho, no es que todo esté hecho ya, porque esto va al paso. Pero la gente viene apreciando este Buen Gobierno, y eso es lo que escucho en la radio, lo que leo en los diarios, lo que la gente que me visita me cuenta”, expresa Jirón, quien desde 1977 ha convertido la montaña El Jalacate en una agigantada obra de arte autóctono, multicultural e imponente, ese mismo lecho rocoso donde todas las mañanas despierta aquella imagen de Sandino –hecha al golpe de una piedra que el escultor encontró a suerte en Río Blanco, hecha al filo de los tres cinceles de piedra que trajo del nicaragüense Río San Juan-, ese maravilloso Sandino hecho al filo del alma en un rinconcito infinito de Las Segovias.