STEVEN F. White, el mayor estudioso de nuestra literatura en los Estados Unidos, se extrañaba ––a inicios de este siglo–– que no existiese un volumen sobre las relaciones del monje católico, escritor y poeta místico Thomas Merton con sus amigos de Nicaragua. Sin embargo, en abril de 2021 ––tras unos seis meses de elaboración–– apareció dicho volumen, cuyo prologuista Pedro Xavier Solís, lo considera “un ensayo lúcido, acucioso y necesario”.

Autoría del suscrito, se titula PRESENCIA DE MERTON EN NICARAGUA: CORRESPONDENCIAS, HOMENAJES, TRADUCCIONES. Consta de 50 acápites y 232 páginas, precedida de una “Nota preliminar” y de una pormenorizada y reveladora “Cronología de Thomas Merton”. Esta incluye las relaciones con sus amigos nicaragüenses, abarcando desde su nacimiento en Prades (sur de Francia) el 31 de enero de 1915 hasta el 10 de diciembre de 1968, fecha de su inesperada e impactante muerte en Bangkok, Tailandia, electrocutado al enchufar un ventilador a sus 53 años.

“San Agustín del siglo XX”

Pedro Xavier Solís Cuadra y José Argüello Lacayo, facilitándome indispensables libros y valiosos documentos, cooperaron en mi trabajo que abarcó lo que nuestros intelectuales escribieron sobre ese “San Agustín del siglo XX”, como llamara hiperbólicamente a Merton monseñor Fulton F. Sheen (1895-1979). El mismo Merton se definió ––mientras se desarrollaba el Concilio Ecuménico–– como un progresista con un profundo respeto y amor por la tradición; un progresista que deseaba preservar una clara y distinguible continuidad con el pasado. Igualmente no olvidemos que “durante el viaje apostólico del Papa Francisco a Estados Unidos en 2015, ante la sesión conjunta del Congreso el 24 de septiembre de ese año, el Sumo Pontífice se refirió a cuatro representantes del pueblo estadounidense que ‘nos siguen aportando una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad: Abraham Lincoln (1809-1865), la libertad; Martin Luther King (1929-1968), una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day (1897-1980), la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton (1915-2020), la capacidad de diálogo y la apertura a Dios’”. Y agregaría: “Merton fue sobre todo un hombre de oración, un pensador que desafió las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las almas y para la Iglesia; fue también un hombre de diálogo, un promotor de la paz entre pueblos y religiones”.

Estas dimensiones de Merton se aprecian ampliamente en mi libro y también la profunda lucidez que desplegaba tanto en su prosa (reflexiones autobiográficas, ensayos literarios, diarios íntimos y más diez mil cartas) como en su poesía.

Vinculación con nuestra literatura

Por lo demás, me empeñé en aclarar y ejemplificar al máximo su vinculación con nuestros poetas y escritores, sobre todo con Ernesto Cardenal, hijo suyo espiritual e incluso literario; Alfonso Cortés, Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho y Napoleón Chow. Recordemos que Merton, con sus extraordinarias colaboraciones en El Pez y la Serpiente, La Prensa Literaria, Ventana, Cuadernos Universitarios y Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano, se incorporó al grupo hegemónico de las letras nacionales desde 1961. Le consagró juicios valorativos a Rubén Darío y Azarías H. Pallais; y en varias oportunidades declaró que se consideraba integrado a nuestro proceso literario.

Asimismo, otros nicaragüenses se relacionaron con él, admirándolo o traduciéndolo, entre ellos Gonzalo Meneses Ocón, también su traductor de dos de sus libros (Pan en el desierto y Los hombres no son islas); Orlando Cuadra Downing, otro de sus traductores; doña Agustina Urtecho viuda de Martínez, su primera lectora en Centroamérica y abuela materna de Cardenal; María Luisa Cortés, hermana de Alfonso; Sor María Romero, Ernesto Mejía Sánchez, Alfonso Callejas Deshon, Ernesto Gutiérrez, el boaqueño José López (quien impresionó a Merton con un poema), José Emilio Balladares, Roberto Cuadra y José Argüello Lacayo.

El poeta

Merton escribió poesía hasta después de su conversión en 1939 al catolicismo y fue en Cuba, al escuchar los armoniosos sermones de los sacerdotes españoles ––pródigos en dignidad, misticismo y cortesía–– cuando llegaría a esta convicción: Después del latín, no hay lengua tan apropiada para la oración y para hablar de Dios como el español, pues es una lengua a la vez fuerte y ágil, tiene su precisión, tiene en sí la cualidad del acero que le otorga la exactitud que necesita el verdadero misticismo y, empero, es suave, también gentil y sensible, lo que requiere la devoción; es cortés, suplicante y galante; se presta, de modo sorprendente, muy poco a la sentimentalidad. Tiene algo de la intelectualidad del francés, pero no la frialdad que la intelectualidad toma en el francés; nunca desborda en las melodías femeninas del italiano. El español nunca es un idioma débil, nunca flojo… Por eso creía que sus poemas ganaban cuando eran traducidos a nuestra lengua.

Merton concebía la poesía como oración (poetry as prayer), crítica y profecía. Sus poetas nutricios fueron: el profeta Isaías, Tu Fu, Esquilo y Sófocles entre los griegos, Dante y Shakespeare, William Blake y John Donne, Gerard Manley Hopkins, Federico García Lorca, César Vallejo, St. John Perse (Alexis Léger), Boris Pasternak y Dylan Thomas, entre otros. También creía ––como lo manifestó en febrero de 1961–– que la solidaridad de los poetas “no está planeada ni ligada a las convicciones políticas, puesto que estas son fuentes de prejuicios, ardides y maquinaciones”.

El monje y poeta Paul Quenon opinó que la poesía de Merton, su coetáneo y hermano trapense, no era tan excelente como su prosa. Consideraba a Merton un buen poeta, no a major poet. Por eso no aparecía en ninguna selección de la American Poetry. En lengua española, José María Valverde fue el primero en traducir poemas de Merton (20 en 1953); le siguieron Ernesto Cardenal (con 27 en 1961) y José Coronel Urtecho con más de una decena. Otro tanto traduciría José Argüello Lacayo, figurando entre ellos “La Bomba niña original” y “Canción a la muerte de Averroes”. Como se ve, tres nicaragüenses sobresalieron en esa tarea, a la que se sumaría la mertonista española Sonia Petisco Martínez, autora de: La poesía de Thomas Merton: creación crítica y contemplación (Madrid, Universidad Complutense, 2003. 401 p.).

Margie Smith

A ella se le deben las versiones en español de 18 poemas de Merton, difundidos póstumamente por voluntad expresa suya, en un tiraje limitado de 250 ejemplares: Eighteen Poems (New York, New Directions, 1986). Se trata de una auténtica confesión de su autor (inner self) hacia Margie Smith, enfermera del St. Joseph Hospital, de Louisville, quien le cuidaría en su convalecencia tras una operación de espalda llevada a cabo el 25 de marzo de 1966. Cinco meses duró el idilio a partir del 26 de abril del mismo año, cuando Merton en un restaurante confesó a Margie que estaba plenamente enamorado de ella y que podían aspirar a un amor casto, exento de relación carnal.

Todos de 1966, se titulaban en español: “Seis cartas nocturnas”, “Margie en octubre”, “Para Margie en una fría mañana gris”, “Atardecer: conferencia telefónica”, “Una llamada sobre ruedas”, “Poemas sin título”, “Dos canciones para Margie”, “Aeropuerto de Louisville” (escrito el 5 de ese mes), “Canción de mayo” (del 7 del mismo mes), “Gethsemani” (del 19 de mayo), “Nunca avises a un canguro durante una tempestad” (12 de junio), “Parque Cherokee” (nacido de un encuentro el 16 de julio), “Las armonías del exceso”, “Opúsculo sobre una mañana gris”, “Ciertos proverbios nacen de los sueños”, “Cancer blues, siempre obedeceré a mi enfermera” y “El mundo que fluye por mi sangre”.

Merton, en este poema, alude al Eckhart’s scandal (El escándalo de Eckhart): Meister Eckhart (1260-1327), conocido místico renano, deudor de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, del neoplatonismo de Plotino y de la tradición especulativa de Proclo, Dionisio Aeropagita y Escoto Erigena. Merton se refiere al “escándalo” de Eckhart en relación al hecho de que al final de su vida se le acusó de haber caído en la heterodoxia, entre otros motivos por querer transmitir con un lenguaje vibrante, atronador, nuevo y directo, una profunda vivencia de Dios, que asustó tremendamente a la jerarquía de la Iglesia, la cual no supo interpretar el mensaje de este dominico cuando escribe frases tan discutidas como: De que Dios sea Dios, yo soy la causa; si yo no existiera, Dios no existiría. Afirmación un tanto controvertida que más tarde, en el siglo XVI, repetiría Ángel Silesius y dejó aturdidos y perplejos a las autoridades eclesiásticas.

En los Eighteen Poems, Merton celebra el amor humano entre dos almas. Pero queda trascendido cuando uno escucha la música callada de estos versos, de tal forma que los límites entre lo humano y lo divino parecen desdibujarse. Las elocuentes figuras eróticas en algunos poemas se trasmutan en amor místico. De hecho, Merton proseguía la tradición del amor humano/ amor divino iniciada con el Cantar de los Cantares, en la que más tarde se inspirarían ––para componer sus poemas–– grandes místicos como San Bernardo de Claraval y San Juan de la Cruz. “Además ––observa Petisco Martínez–– no es difícil observar cierta influencia de la poesía amorosa sufí, concretamente de Ibn Arabi y del poeta persa Rumi (1202-1273), cantor de la unidad entre los amantes en la luz divina”.

Bonnie Thurston, otra exégeta de los Eighteen Poems, anota que Merton consideró este vínculo como fuente de creación redentora. De ahí la recurrencia a múltiples imágenes bíblicas en varios de sus poemas. El poeta considera a su amada la resurrección perfecta de sí mismo que le acerca y le conforta sin límites: You are myself (“Tú eres yo mismo”). Amor exento de posesiones, amor como mismidad, amor que trasciende y le desvela su propio misterio. Margie es como un “sol invisible” que alumbra la noche oscura de su alma y le envuelve suavemente en el amor de Dios. Ella es epifanía divina, la flor que brota de su corazón. Al contemplarla, siente la sacralidad, luz que todo lo ilumina dulcemente: you are utterly holy to me, you have become a focus of inaccesible light (“eres absolutamente sagrada para mí, te has convertido en un foco de luz inaccesible”) escribe en “Certain Proverbs Arise Out of Dreams” (“Ciertos proverbios surgen de los sueños”), nutriéndose del símbolo de la luz presente en las tradiciones religiosas de todos los tiempos. Y concluye ese poema en prosa:

¿Por qué Dios te creó para estar en el centro de mi ser? […] Los soles se forman como la luz de tus entrañas y, desgarrado de amor por ti, mi clamor se convierte en un derrame de fabulosas estrellas indómitas. Me despierto consciente de mi razón de ser, que eres tú. Nuestra suerte es irreversible. Hemos sido bendecidos en este sueño, cuya luz se nos presenta después de varios intentos.

La poesía de Merton no ha sido bien divulgada en compilaciones selectivas. La primera en español correspondió a la de Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho, en la que se incluyeron cinco poemas: Antología de la poesía norteamericana (Madrid, Aguilar, 1963, pp. 409-417). Al año siguiente el jesuita español Emilio del Río realizaba lo mismo, con otros cuatro, en su Antología de la poesía católica del siglo XX (Madrid, A. Vassallo editor, 1964, pp. 309-313). En las últimas líneas de su presentación, Del Río observaba que Merton “sabe dar a sus poemas, junto con la luz relampagueante de sus intuiciones (recordar el Apocalipsis para Nueva York), una exquisita elaboración formal, consistente en una eliminación vigorosa de todo lo que pueda hacer perder la intensidad de la expresión, la pétrea coincidencia de lo que quiere decirse con las palabras exactas”.

Tampoco su poesía se ha estudiado a fondo en nuestro idioma, excepto por la referida mertonista Petisco Martínez en su tesis doctoral de 2003, y desde 1964 por José Coronel Urtecho, quien la abordó en una amplia reseña de Emblems of a Season of Fury (1963). Entre otras valoraciones del último, cabe citar esta: “Los más recientes poemas de Merton son los de un hombre que contempla nuestro furioso mundo con un ojo sencillo. Una mirada pura es para mí lo único que explica esa especie de mística diafanidad que en este libro alcanza la poesía del monje norteamericano, principalmente cuando se ocupa ––¡con qué ternura y al mismo tiempo con qué naturalidad!–– de la furia de nuestra época, sus instrumentos y sus víctimas o más concretamente, de los niños, de la maldad de la tecnología y de otras cosas por el estilo”.

Al fallecer Merton electrocutado en Bangkok el 10 de diciembre de 1968, sus amigos nicaragüenses se consternaron. “Fue una muerte muy suya, tocando servicialmente, quizá ayudando a instalar un objeto que otros dejan a los sirvientes” ––anotó Pablo Antonio Cuadra. Merton, tras su regreso del Asia, proyectaba un viaje a Nicaragua para visitar Solentiname, donde su predilecto discípulo nicaragüense Ernesto Cardenal ––por no decir hijo literario y espiritual–– experimentaba “la vida en Cristo que le enseñó a vivir”.

Todo lo anterior ––y mucho más–– se detalla en mi libro sobre Merton, líder mundial del ecumenismo profundo, sustentado en una amplia bio-biblio-hemerografía dividida en siete secciones (pp. 211-232): I. Obras de Th. M.; II. Obras de Th. M. referidas en cartas y otros textos; III. Correspondencia de Th. M.; IV. Artículos y ensayos de Th. M. publicados en Nicaragua; V. Poemas dispersos de Th. M.; VI. Estudios sobre Th, M.; y VII. Otros textos citados.

Finalmente, el célebre trapense ––como profeta de la paz–– había condenado sistemáticamente el expansionismo injerencista del gobierno de su país en Vietnam, guerra que acababa de concluir en 1967; y que cuando murió participaba en un encuentro de monjes católicos del Asia, celebrado en la sala de convenciones de un hotel (no en un sitio conventual).

Comparte
Síguenos