La tiranía del pérfido Walker ha destruido a Granada, que según escribe el general Martínez, ya no es sino un hoyo negro, pestífero y humeante.
“Noticias del Ejército Aliado”, Boletín Oficial, León, núm. 27, diciembre 2 de 1856.

El 23 y 24 de diciembre de 1856 Granada ardió. Filibusteros de Estados Unidos, al mando de Charles Frederick Henningsen, incendiaron la ciudad. El historiador estadounidense Frederick Rosergarden, en su libro Freeboters must die! (¡Los filibusteros deben morir!), reconoció en esta acción un despiadado acto de rencor y vandalismo. Por su parte, Walker lo justificó de esta manera:

Conforme a las leyes de la guerra, la ciudad había perdido su derecho a existir, y la conveniencia de destruirla era tan evidente como la justicia de la medida. Esta destrucción envalentonó a los leoneses, amigos de los americanos, a la vez que fue para los legitimistas un golpe del que no se han repuesto nunca. El cariño de los antiguos chamorristas era grande y peculiar. Amaban a su ciudad como a una mujer; al cabo de los años asoman las lágrimas a sus ojos cuando hablan de la pérdida de su querida Granada.

El 20 de noviembre del año referido Walker y su estado mayor zarparon a Rivas en el vapor La Virgen. Henningsen se quedó para asistir a Birnett Fry, comandante de la ciudad, en la tarea de evacuación. El 22, al amanecer, retornó La Virgen a Granada con William Kissane Rogers a bordo. Kissane (un ex prisionero con un largo historial de incendiario en Arkansas y Ohio) llevaba la orden de Walker a Henningsen de quemar y destruir Granada.

Ese mismo día Henningsen lanzó una proclama previniendo a los moradores de la ciudad que desocuparan pronto sus hogares y los edificios públicos porque en pocas horas serían pasto de las llamas. Los filibusteros cargaron en el vapor San Carlos las pertenencias valiosas de los granadinos que pudieron. Fry se marchó en él. Henningsen, quedando al mando de Granada, distribuyó gran parte de sus 419 hombres en diversas calles, con órdenes de incendiar la ciudad cuando diera la señal, a media noche, con el estampido de un viejo cañón colonial de bronce fundido en Barcelona. Así comenzó la destrucción de Granada. 

Robo de alhajas eclesiásticas y procesión procaz

Como aseguramos, la ciudad fue arrasada por el incendio el 23 y 24 de diciembre del 56. Kissane robó todos los objetos de plata de las siete iglesias —anillos y sortijas, copones y custodias, rosarios, candelabros y demás objetos sagrados— trasladándolos al vapor La Virgen. A las 9 de la mañana del 24 —según el capitán filibustero Horacio Bell, con la ciudad todavía ardiendo—, los filibusteros, incluyendo al general (Henningsen) y el ministro de finanzas (Parker French), constituían un tumultoso enjambre de borrachos (el día anterior habían localizado varias bodegas de vinos y brandis). Se organizó una procaz procesión, conducida por el mencionado ministro e integrada por unos cincuenta oficiales ––ataviados de vestimenta sacerdotales–– quienes cargaban un ataúd. La parodia de procesión desfiló alrededor de la plaza en un rito impío, depositando finalmente el ataúd en una tumba excavada en el centro de la plaza sobre la que erigieron un inmenso letrero con la misma inscripción que los romanos dejaron en las ruinas al destruir Cartago: Aquí fue Granada…

Una descarga de fusilería desbandó a la perversa procesión. El general Tomás Martínez los atacaba.


Granada ha dejado de existir

Del 25 al 30, los Aliados centroamericanos atacaron por tres sitios a Henningsen, siendo rechazados. El sitio y la defensa continuaron hasta el 13 de diciembre, a las 5 de la mañana, cuando Henningsen se alejó de las ruinas de Granada en el vapor La Virgen con sus pertrechos y bagajes —incluyendo artillería—, soldados y civiles. Antes de partir, clavó en el suelo una lanza que portaba en un pedazo de cuero chamuscado de nuevo la leyenda: Here was Granada; y en su informe a Walker anotó: Usted me ordenó destruir Granada […] Su orden ha sido cumplida. Granada ha dejado de existir.

Bolaños Geyer comenta: “Las crueles operaciones decretadas por el Predestinado de los Ojos Grises sobre la capital de Nicaragua habían llegado a su fin, pero dejaron impresiones indelebles que Kissane, el gran sacerdote de la neroniana orgía y entierro profano en la plaza, reveló muchos años más tarde, en una carta a un amigo y colega filibustero: Mi experiencia en el sitio de Granada retorna a mi mente sin cesar, y el horroroso hedor de los cadáveres a flor de tierra a pocos pasos de nuestro campamento, pues en la situación que estábamos no podíamos enterrarlos más hondo. El mal olor en ese ambiente húmedo y cálido era insoportable. Hoy no me explico cómo pudimos aguantarlo durante esos 22 días. Fue un infierno desde el principio hasta el fin; eso es todo lo que fue”.

Y agrega: De los 419 hombres bajo Henningsen cuando los aliados atacaron Granada el 24 de noviembre, 120 murieron del cólera morbo, 110 fueron muertos o heridos en combate, cerca de 40 desertaron y 2 cayeron prisioneros… Henningsen informó que las fuerzas aliadas sumaban alrededor de 2,800 hombres, incluyendo sus refuerzos; pero que sus efectivos nunca sobrepasaron los 1,200 y 1,500 hombres que tenían al comienzo del ataque y el día de la evacuación. Calculó las bajas aliadas en 200 muertos y 600 heridos, además de las fuertes pérdidas causadas por el cólera, la peste y las deserciones.

El caso de la señora decente y el capitán Dolan

Narra Gámez: antes de dar principio a la destrucción de la parte central, el capitán Dolan se presentó en una de las casas de mejor apariencia y notificó a la persona que la ocupaba, una señora decente, que tenía orden del general Walker para quemarle su casa, si no la redimía en el acto dándole 500 pesos en dinero efectivo. Detrás de él esperaban órdenes los soldados filibusteros empuñando largas varas, con trapos embreados envueltos en la punta, destinadas a servir de teas incendiarias después de ser prendidos. Y añade:

La infeliz señora cayó de rodillas, implorándole compasión al capitán Dolan, y manifestándole que no tenía 500 pesos, ni medios para adquirirlos. Al mismo tiempo le preguntaba con ansiedad y deshecha en lágrimas por qué motivo la castigaban de aquel modo sin tomar en cuenta que su hijo había muerto peleando en Rivas contra los ticos (el 11 de abril de 1856) y al lado de Walker. El capitán le contestó que él era un subalterno que cumplía órdenes superiores. Sin embargo, agregó: ¿qué cantidad pudiera usted darme para que le salvara su casa? Y como la señora le respondiese que cuanto tenía eran únicamente 180 pesos, que estaba pronto a entregarlos, el capitán los recibió gustoso, aunque previniéndole que buscase 20 más para completar 200, suma de la cual no podía rebajar ni un centavo. Salió ella precipitadamente a conseguirlos en el vecindario, y cuando minutos después regresaba gozosa con el saldo que se le exigía para la salvación de su casa, ésta ardía por todos sus lados (…).

Pérdidas de los ocho templos

Ocho hermosas iglesias (la Parroquia, Jalteva, la Merced, San Juan de Dios, San Sebastián, San Francisco, Esquipulas y Guadalupe) fueron destruidas sin misericordia y con previo saqueo. No contento con haber incendiado la Parroquia, Henningsen hizo después esfuerzos por arrancarla de sus cimientos volándola con una mina que pudo tan sólo derribarle la torre del nordeste. Del extenso expediente de avalúo ordenado el 14 de septiembre de 1859 por las autoridades eclesiásticas, las pérdidas sufridas por los templos destruidos fueron valoradas en pesos de la época:

TABLA

En La Merced desaparecieron el Altar de la Esclavitud con la imagen de Nuestra Señora de los Cautivos, una monumental custodia ––labrada en pura plata con peso de cuatro arrobas––, las imágenes de San Anselmo, San Agustín, San Ramón y San Pablo; el altar y su imagen de la Virgen de la Aurora; el óleo de dos Los Tres Rostros y un órgano de cigüeñuela; la imagen del Ángel custodio y los ricos cortinajes y adornos del catafalco levantado para las honras fúnebres del general Fruto Chamorro. En la iglesia parroquial, además de óleos e imágenes, se destruyeron seis altares maravillosamente labrados con retablos y frontales dorados, dos órganos pequeños, vasos sagrados, misales e impresos en los siglos diecisiete y dieciocho, más su secular reloj público, cuyas campanillas daban las horas y las medias horas.

La iglesia de Jalteva perdió una reliquia: el Santo Sepulcro, decorado con espejos de cristal y de roca empotrados conchanácares y ricas maderas; una imagen de Santa Bárbara y una custodia de oro puro; Esquipulas su imagen del Señor de Esquipulas y San Sebastián un Piscis de oro, adornado con piedras preciosas, símbolo identitario de los primeros cristianos; las imágenes de un Cristo atado a la columna, de San Sebastián y de la Virgen María, aparte de los cortinajes de Damasco de Arco Toral.

Charles Frederick Henningsen:
genio militar y escritor

¿Quién fue este sujeto que, incorporado a la causa del Paladín del Destino Manifiesto, colaboró en el proyecto de exterminar al pueblo mestizo de Nicaragua?

En Nueva York, donde residía, Henningsen era considerado “uno de los grandes generales de la época, un auténtico genio”. Aunque inglés de nacimiento, había pasado la mayor parte de su vida en el continente europeo —escribió en La Guerra de Nicaragua (1860) el mismo Walker. En realidad, había nacido en Bruselas, Bélgica, el 21 de febrero de 1815, de padres suecos. “Un vikingo rubio de apenas cuarenta años de edad”, según Albert Z. Carr. Educado en Inglaterra, antes de cumplir los veinte, era ya Capitán de Lanceros y Edecán de Tomás de Zumalacárregi de Imaz (1788-1835), general del ejército carlista en la guerra por la sucesión del trono de España. En virtud de su coraje en ella, ascendió a coronel y mereció las órdenes de Caballero de Santiago y Caballero de Isabel la Católica.

Luego prestaría servicios en Circasia bajo las órdenes del profeta revolucionario Shamyl contra los rusos. Pasando al Asia Menor, retornó a Europa para luchar por la independencia de Hungría contra Austria. Fue secretario del líder húngaro Lajos Kossuth, con quien emigró a Nueva York en 1851. Naturalizado estadounidense, al casarse con una viuda rica de Georgia se dedicó a escribir, dejando más de doce libros. Uno de ellos, el de sus memorias sobre la guerra civil española, se tradujo al español bajo el título de Zumalacárregui.

Además de hábil periodista (más tarde publicó artículos para los diarios de Nueva Orleans y Nahsville en elogio de Walker), Henningsen era un estratega militar, fogueado artillero y guerrero nato. Empezó a dirigir los ejercicios de las tropas walkeristas y a enseñarles el manejo de los fusiles Minié —habiendo escrito un manual para su uso— en los cuales era experto. No en vano había convertido durante su estadía neoyorquina en rifles Minié —la más avanzada arma de mano hasta entonces en el mundo y desconocida en los Estados Unidos— miles de mosquetes del ejército estadounidense.

Tras la rendición de Walker el 1ro. de mayo de 1857, Henningsen apoyó a su jefe en sus campañas por los Estados Unidos para retornar a Nicaragua; incluso lo hospedó en su casa de Nueva York. Pero, al no obtener apoyo financiero de los potentados neoyorquinos, evitó arriesgarse a secundar a su jefe, fusilado por los hondureños en Trujillo el 12 de septiembre de 1860.

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