Cuando uno lo visita por primera vez en su casa ubicada en Reparto El Carmen, lo primero que se hace es buscar a ese hombre siempre aguerrido y dicharachero que ocupa un lugar especial en la historia de Nicaragua. En cambio, nos recibe un hombre maduro, amable y bien vestido que invita a pasar adelante. Es Edén Pastora, el legendario “Comandante Cero”, quien el 22 de agosto de 1978 lideró la Toma del Palacio Nacional, considerado el operativo militar más espectacular contra la Dictadura Somocista.
No más empieza a hablar, el rostro sereno de Edén se envuelve en un halo de romanticismo y nostalgia. En su mirada se van perfilando cada uno de aquellos 24 jóvenes –él en ese entonces tenía 42 años y por tanto era el único “viejo” del grupo- que le acompañaron y en cuestión de minutos uno termina cautivo de una de las historias más fascinantes de la lucha armada sandinista.
Para Edén esa acción fue una necesidad, ya que era una época en la que los nicaragüenses “vivíamos con la muerte en las pestañas”, de allí que se buscaba el efecto político de hacer que el mundo volteara a ver a Nicaragua.
Teníamos miedo, pero no a morir
Los jóvenes guerrilleros, afirma, tenían miedo, pero no a morir. “Era otra época”, recuerda, destacando que si bien “existía la posibilidad real” de morir, esto no era el principal pensamiento de quienes se tomaron el congreso somocista hace 35 años.
“Eran jóvenes, muchachos que sabían que luchaban por una patria mejor, por una patria distinta”, subraya.
Edén cuestiona a aquellos que aseguran que la dictadura ya se estaba debilitando. Para él, el dictador Anastasio Somoza había logrado sortear bien todas las crisis, y por lo tanto “era el momento de golpearlo fuerte”.
Quien no se orinó, no tenía orines
La entrada al Palacio el comando lo hizo vestido con los uniformes de la tenebrosa Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EBBI), dirigidas por Anastasio Somoza Portocarrero, el sanguinario hijo del dictador.
Por unos momentos reina la confusión en todo el Palacio. Nadie sabe lo que sucede realmente, creyendo incluso algunos que Somoza Portocarrero había dado un golpe de estado a su padre. Todo se aclara cuando en el Salón Azul, donde sesionaban los diputados del régimen, los guerrilleros se ponen al cuello sus pañuelos rojinegros y Edén, con el G3 en mano, grita: “¡Este es el ejército del pueblo, el Frente Sandinista de Liberación Nacional!”.
“El que no se orinó es que no tenía orines. Aquello era un pánico colectivo”, evoca Edén muerto de risa, narrando la tembladera de los diputados, a quienes se había obligado a permanecer bajo sus escritorios.
Edén señala que hubo intentos de la Guardia Nacional de recuperar el Palacio a sangre y fuego, pero que Somoza tuvo que echarse atrás ante la decisión firme del comando de empezar a ejecutar a los esbirros del régimen.
El pueblo dejó de temerle a la Guardia
Más allá de rescatar a importantes cuadros sandinistas que se encontraban presos, entre estos Tomás Borge, René Núñez e Iván Montenegro, el operativo logró “que el pueblo le perdiera el miedo a la Guardia”.
En cuanto a los 10 millones de dólares que se exigían, el Comandante Cero recuerda entre risas que la comandante Dora María Téllez, como encargada de las negociaciones, fue cediendo de tal manera en este punto que peligraba que el comando no recibiera ni un solo centavo. Al final Somoza dio solo 500 mil dólares.
El momento más tenso se da precisamente al llegar a este punto. Somoza jugaba a cansar a los jóvenes guerrilleros y lo estaba logrando, señala Pastora.
Es por esto que por órdenes del comandante Humberto Ortega, Edén toma el mando político militar de la operación y decide empezar las ejecuciones, informándolo al entonces arzobispo de Managua y hoy Cardenal Miguel Obando y Bravo, quien fungía como mediador. La decisión no se llegó a concretar porque luego de tres días, finalmente Somoza cede a todas las exigencias del Frente Sandinista y menos de un año después la dictadura caía.
Lo peor era no luchar
Tajante es la respuesta de Edén cuando se le pregunta hoy 35 años si valió la pena ese acto de Patria Libre o Morir.
“Lo peor que nos hubiera pasado era no luchar”, asegura.
“Si no se hubiera luchado hoy estarían los hijos del Chigüin (Anastasio Somoza Portocarrero) gobernando”, refiere el comandante.
Edén recuerda que durante la dictadura sólo la élite tenía los derechos que hoy tienen todos los nicaragüenses. Señala que hoy los jóvenes y los hijos de los obreros y campesinos pueden acceder a la universidad, tienen derecho a una educación y salud gratuita, a una mejor alimentación y todo un sinnúmero de beneficios que solo se hicieron posibles con la lucha de aquellos jóvenes soñadores.
Resolveremos lo económico para resolver lo social
No obstante, Edén dijo a pesar de todo lo que se ha avanzado en esta nueva etapa de la Revolución, liderada por el comandante Daniel Ortega, aún quedan muchas cosas por hacer en Nicaragua.
“Ahora hay futuro porque vamos a construir el Canal, el Canal húmedo y el Canal seco. Vamos a construir la refinería, vamos a tener comunicación satelital, vamos a tener más energía abundante y barata con Tumarín, vamos a tener una fundición de acero. Vamos a ser ricos un día. Vamos a resolver el problema económico para resolver el problema social”, manifestó el legendario guerrillero para quien en Nicaragua nunca ha habido un presidente como Daniel y como la Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, compañera Rosario Murillo, quienes están abocados a servirle a su pueblo.
Una revolución rejuvenecida
Viendo las cosas en retrospectiva, Edén señala que vale la pena seguir luchando, pero ya no a través de la lucha armada. “Esta vez es cívicamente”, aclara.
Él ve un país que necesita de sus jóvenes para salir adelante, para hacer materializar aquellos sueños por los que tantos jóvenes decidieron empuñar el fusil durante décadas.
“La juventud tiene que estudiar, tiene que prepararse (porque) es el futuro de este pueblo. Necesitamos gente preparada para el futuro de este pueblo”, indicó Edén quien afirma poco a poco estar viendo la Nicaragua que soñó cuando junto a aquellos muchachos no menos soñadores movió los cimientos de la dictadura.